Había una vez
...muchas maneras de echar tu cuento
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Misión Jonrón

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No fue el palo de agua que se soltó a las tres de la mañana lo que despertó a Humberto. Ya tenía horas dando vueltas en la cama sin poder pegar un ojo. Se cansó de seguir batallando con el insomnio y fue a la cocina pensando en la visita que había recibido esa tarde. Abrió la nevera, sacó el pote con cazón que compró en Órale Arepa y para matar la ansiedad se lo comió frío con casabitos. No podía sacárselo de la cabeza. Fue a su biblioteca y empezó a ojear los álbumes de fotos, algo le decía que debía volver a aquel viaje, debía volver a la Barinas del 2001.

“Que triste que ya nadie imprime fotos”, pensó. Aquellas viejas postales en el álbum le daban a los recuerdos una sensación más tangible que las fotos digitales. Estaba claro que eran vainas de viejo. Pasando las páginas, todo comenzó a volver a él. La carretera, el calorón, la música, las risas de aquella gente, el país de la locura roja, la Venezuela enfrentada por el amor y el odio a Hugo Chávez Frías, el “comandante intergaláctico”.

Cada foto era un viaje flash a los días en los que levantó el grueso del libro que disparó su carrera: Chávez en Pelotas. Ya habían pasado 15 años y aún le daba arrechera el título. La editorial que se interesó en el proyecto quería ponerle algo comercial, “que subiera cerro”, para garantizarse unas ventas dignas. Humberto tuvo que ceder y que bueno que lo hizo, porque aquel libro fue un éxito en ventas y aún hoy seguía siendo considerado la mejor biografía del presidente más polémico en la historia de Venezuela.

Entre los paisajes, los entrevistados y las impresiones de lo bien que se veía a sí mismo en aquel entonces, Humberto encontró la foto en la que posaba con unos pescadores barinenses al borde de un río sosteniendo un inmenso bagre rayado. Se quedó sin aire. No sabía si lo que le producía la imagen era nostalgia, asombro o pavor. El chamo que le agarraba el hombro en la foto era, efectivamente, José Daniel Noriega.

Del tiro se sirvió un palo de whisky que se bajó de un trago. Luego otro. ¿Cómo era posible? Y si era posible, ¿Cómo podría seguir viviendo su vida de la misma manera? Encontrar a José Daniel Noriega en aquella foto significaba que no podría volver a pegar un ojo en el resto de su vida, que todo lo que poseía, tangible e intangible, estaba en manos de un pendejito de 29 años.

Corrió a la mesa de noche, y sin importarle el ruido que despertaba a su esposa, llamó a su hija al otro lado del mundo. Necesitaba saber que ella y su nieta estaban bien. El abuelo nunca llamaba a esas horas por la diferencia horaria, así que superado el susto y las preguntas de rigor, Humberto colgó y comenzó a llorar sin control. Su esposa le tomó de la mano y le secó el sudor angustiada, “¿Qué pasa, cielo?”. Él no sabía ni qué decirle. No podía transmitirle todo ese miedo que apenas comenzaba a asimilar. No tener el control de su cuerpo, de su vida, le daba una mezcla de impotencia y arrechera que lo sobrepasaban. Entendió entonces que no tenía opción. Tendría que ir con ellos.

* * *

A las 2:30 de la tarde del día anterior, el portero del edificio le dijo que las visitas habían llegado. Aunque ya habían palabreado el encuentro por correo electrónico, Humberto no tenía claro qué tipo de proyecto querrían plantearle estos dos carajitos que tenían, según ellos, “años persiguiéndolo”. Probablemente querrían entrevistarlo para alguna tesis de post grado o, en el peor de los casos, sumarlo a alguna iniciativa del grupo de Facebook de Venezolanos en el Exterior que tanta caspa le daba.

Ya instalados en la sala, cafecito en mano, los chamos llenaron sin muchas sorpresas el perfil que Humberto había imaginado. Hijos de la extinta clase media alta venezolana, residenciados en Miami y México, convencidos de que Venezuela antes de Chávez era un país igualitario, sin clasismo y sin fricciones. Los reconocía y se avergonzaba de ellos porque, a su pesar, él también había sido así hace tiempo.

Cerrada la ronda de presentaciones y después de un par de fotos con Humberto para sus redes, Laura Susana Valente tomó la batuta. Era hija de uno de los 19,000 trabajadores despedidos de Petróleos de Venezuela en el 2002 y el motor de este misterioso proyecto que venían a presentarle. Hablaba con empuje, propiedad y un carisma que, se notaba a leguas, traía enamorado a José Daniel, su compañero egresado de ingeniería en la Simón. Se notaba que ella no iba pendiente.  Cuando Laura dijo que trabajaba como productora, Humberto ya no pudo contenerse: “No me digas que van a hacer otra serie de Chávez”. Lo dijo con cierta sorna pues ya había trabajado como consultor para una serie sobre el finado.

Los chamos se miraron confundidos y sin darle mucha importancia, decidieron ir al grano. “Humberto…” dijo José Daniel de lo más confianzudo- “¿tú te has imaginado cómo sería Venezuela sin Chávez?”

Humberto era novelista, vivía de imaginar huevonadas. Idearse un país sin chavismo era un ejercicio que en sus tiempos solitarios, como casi todos los venezolanos, ya había hecho miles de veces. Le resultaba un tema tan privado que no pensaba darle cuerda a una conversación que no le estaba gustando pues ya la sola pregunta le disparaba las alarmas. Estos chamos seguro no podían ver las causas que trajeron al comandante al poder y seguían convencidos de que Venezuela era “el mejor país del mundo”. Laura interpretó su silencio y continuó.

“Estamos conformando un equipo para la salvación de Venezuela. Queremos rescatarla. No reconstruirla, reinventarla.” La muchacha extendió sobre la mesa un brochure que mostraba un bate y un guante de béisbol bajo el título Misión Homerun, un desafortunado uso de palabras pensó Humberto, pues estas evocaban los programas educativos para sectores populares que Chávez usó como bandera dentro de su sistema de filiación partidista y fidelidad al gobierno.

La cara de Humberto era un poema y previendo lo que venía, los chamos comenzaron a vomitar su plan sin pausas. “Queremos invitarte, Humberto, a hacer historia.” Dijo José Daniel. “Historia en sentido literal. Tú que has escrito tanto de estos años, puedes ahora ayudarnos a hacerlos de nuevo, desde cero. Nosotros queremos hacer una Venezuela sin la Revolución Bolivariana. Hemos leído tu libro de arriba abajo y estamos convencidos de que tú eres el elemento que necesitamos para salvar al país del tipo que la destruyó.”  

“¿Cómo?”- Preguntó Humberto ya cansado del tema.

“Queremos neutralizar al hombre que promovió el odio entre los venezolanos y capitalizó el resentimiento social para llegar al poder.” Dijo Laura pensando detenidamente cada palabra, sin apartar un instante su mirada de los ojos de Humberto. “Queremos que seas nuestro guía en el tiempo para viajar al pasado y ‘cancelar’ a Hugo Chávez.”

Al principio se molestó y pensó que estos carajitos le estaban mamando gallo. Pero Humberto también estaba claro que el país hasta ese momento había sufrido demasiado y que el estado mental de los venezolanos, dentro y fuera de Venezuela, era frágil y siempre propenso a descarrilarse. Según Humberto, en la mente de chamos como estos, no había manera de convencerlos de que él y todo lo que vino después, eran consecuencia de un proceso histórico de décadas. Aparte, no iba a discutir con planetarios.

Guardó silencio unos segundos. Se levantó de su silla. Los miró, sonrió y les señaló la puerta. Laura y José Daniel trataron de explicarse mejor, pero el escritor no les dio oportunidad y los condujo amablemente hasta la calle. Sin siquiera despedirse, Humberto les dio la espalda y los dejó encarando al portero del edificio. José Daniel, sin embargo, le gritó que no se olvidara de Chávez en Pelotas, del bagre rayado de Barinas y que trajera la foto mañana al almuerzo en Órale Arepa. La petición del chamo no tuvo ningún sentido para Humberto. Al menos no hasta la madrugada de esa noche.

* * *

“No es el cómo lo hicieron, es cómo van a hacer para no cagarnos la vida a todos.” Fue lo primero que les dijo Humberto cuando se encontró con ellos en el restaurante venezolano al día siguiente. Ojeroso y sin bañarse, les tiró la foto del bagre sobre la mesa en un gesto firme que trataba de ocultar lo asustado que estaba. Los chamos no se lo creyeron y trataron de calmarlo ofreciéndole tequeños y malta.

José Daniel estaba excitadísimo de finalmente contar con él en el equipo y estaba loco por contarle cómo había creado una máquina del tiempo. La idea se le había ocurrido en una de las colas de 17 horas para echar gasolina en la Caracas del 2020. Justo cuando se iba a poner a explicar cómo funcionaba el aparato, Laura se montó en la misma ola de entusiasmo y se soltó a dar detalles de las primeras pruebas y de cómo en un principio buscaron financiamiento en la empresa privada. Polar, Movistar, Banesco y otras grandes marcas se montaron a pesar de lo golpeadas que estaban en Venezuela; También apareció dinero de exiliados en el extranjero y hasta de chavistas que querían saltar la talanquera. Pero los chamos pusieron un freno cuando las demandas de los inversores empezaron a ralentizar el proyecto.

“O sea, que si el logo de Polar era más grande que el otro, que si mi logo se ve menos que el de fulano.” Contaba Laura. “El partido Primero Justicia quería que pintáramos la máquina de amarillo, o sea, no, man. Y después se empezaron a pelear sobre quién iba a montarse para el viaje.   Que unos querían que fuera Guaidó, otros Leopoldo, Capriles… Nosotros no estamos vinculados a ningún partido político. Además, si nuestra misión tiene éxito, esos partidos ni siquiera tendrían que existir. Así que les dimos un parado y decidimos levantar nosotros la plata con un solo viaje al futuro.”

Humberto la cortó en seco. El financiamiento y funcionamiento del coroto le sabían a bola. Bastantes veces había visto en su juventud Volver al Futuro, 12 Monos y Gladiador para saber que lo que se hace en la historia tiene ecos en el futuro, o algo así. La única razón por la que estaba sentado con ellos en ese restaurante, era para proteger su presente y el de su familia evitando que volvieran leña el pasado. Necesitaba garantías. “Yo sé que ustedes no tienen la culpa de haber nacido en Venezuela ni de que el país se enamorara de un militar golpista cuando eran unos chamos de 8 años, pero todo ese peo que vivimos es lo que nos hace lo que somos hoy. Y yo quiero mi presente igualito, con mi esposa, mi hija, mi nieta al otro lado del mundo, mi dolor en la rodilla y mi colesterol alto.”

“Va a ser mejor porque ese presente va a ser en Venezuela, Humberto. No la Venezuela rota que dejó Chávez. Sino una Venezuela unida, fortificada, solvente, con bases legales sólidas e instituciones confiables.” Le dijo Laura en un tono que le recordaba demasiado a la diputada opositora María Corina Machado. “Estamos claros en los riesgos y en el miedo que tienes ahorita, pero José y yo ya pensamos en eso. Mira, necesitamos tu plan de rutas. Solo conociendo la trayectoria completa de tu vida, la máquina puede ayudarnos a trazar un mapa que nos prevenga de alterar los eventos más significativos de tu presente.”

“Ajá. ¿Y mi libro?” Preguntó Humberto. “Sin Chávez no hay Chávez en Pelotas y sin eso, buena parte de lo que ha sido mi vida en estos 20 años se desaparece.”

José Daniel saltó. “Caray, Humberto, me parece súper egoísta de tu parte que pienses así. Aquí todos estamos haciendo sacrificios por el bien del país, hay gente que ha dado su vida por esto en las protestas y tú estás pensando en la fama que te tocó por un librito ahí.”

Humberto sintió ganas de meterle su superioridad moral donde no le diera luz, pero Laura lo detuvo poniendo una mano en su pecho. “Puedes escribir mil libros más, Humberto. De una Venezuela linda, próspera, hermanada. De gente bonita, que no mató a nadie y que sí vale la pena recordar, no de un tipo tan oscuro como ese. Te aseguro que serán mejores libros. Y bueno, si quieres escribir de él, chévere, vas a poder escribir del nuevo Chávez.”

Humberto solo se calmó porque no entendió. “¿Qué nuevo Chávez?”

“Aquí ninguno es un asesino, Humberto.” Dijo José Daniel. “Cero con esa onda Terminator. Nosotros creemos que el peo de Chávez fue un tema más de educación que de una infancia traumática por pobreza. O sea, claro que había pobreza, pero eso no fue lo que hizo de Chávez, el Chávez.”

Laura completó la idea. “El plan no es matarlo. Al contrario. Queremos evitar todo su rencor social y hacer de Huguito, un niño feliz. Que logre sus sueños. ¿Y cuál fue siempre su sueño más grande, Humberto? Su sueño de toda la vida…”

Humberto tragó grueso. Lo sabía con exactitud. Era el mismo sueño de miles de niños venezolanos y el de miles de padres que enfocaban sus esfuerzos de crianza en cultivar el talento de sus carricitos con la esperanza de que un día fueran firmados por algún equipo profesional. El sueño de ser un pelotero de grandes ligas.

***

Una vieja canción de Un Solo Pueblo daba vueltas en su cabeza mientras recorrían las calles de Miami en un Uber días después. La tarareaba, pero aún así, no podía recordar la letra. La siguiente parte del plan lo tenía atormentado. Exigía que se sumergiera a fondo en un tema que le era ajeno: El deporte del bate, el guante y la pelota. Así que mientras rodaban hacia su destino y ubicaba la bendita canción, un rincón de su mente repasaba lo poco que sabía del tema. 

Claramente, Venezuela ama el béisbol. Los venezolanos pueden apasionarse con el fútbol, pero en el béisbol hay triunfo y tradición. El país ha sido por décadas una fábrica de talentos que con su sabor criollo suelen romperla en las grandes ligas. Cierto, ellos no inventaron este deporte, pero le pusieron guaguancó. Tanto, que lo adoptaron como suyo y lo rebautizaron. En Venezuela nadie habla de baseball, pero sí de béisbol.  Los bateadores no dan un home run, pero sí un jonrón.  Incluso hay una extensa jerga que se desprende del campo de juego.  Gracias a este deporte, el venezolano suele decir que está “en tres y dos”, “por encima del promedio”, sus cuentos “pican y se extienden” y  puede ser agarrado “fuera de base”,  tal como Humberto se sentía.

Pensaba que tendrían una remota posibilidad de éxito si Laura y José Daniel hubieran buscado a Mari Montes, Ignacio Serrano, Humberto Acosta o alguno de esos legendarios periodistas deportivos para la tarea que hoy le encomendaban. Pero no. Eligieron al tipo más nulo en béisbol que consiguieron. Aquello no era lo suyo. Ni ese ni ningún deporte.

Y que ironía. Hoy Humberto estaba sentado en un café, tratando de convencer a uno de los peloteros más queridos de todos los tiempos en Venezuela, no solo de que no estaba loco, sino de que lo acompañara a él y a un par de carajitos más en el plan más absurdo de la historia.   ¿Por qué este grandes ligas y no otro? Pues porque hasta los viajeros en el tiempo son guiados por sus caprichos y José Daniel idolatraba al Gran Gato, Andrés Galarraga.

Tanto sus logros deportivos, como los personales, eran cosa de leyenda. Diecinueve temporadas jugadas en las mayores, ágil a pesar de su tamañote, cinco veces seleccionado al Juego de las Estrellas, 399 jonrones y un cáncer vencido y pisoteado por esa sonrisa eterna que dicen que tiene. En persona, Andrés era un tipazo y hasta le dijo a Humberto que había leído su libro hace años.

Humberto no quería repetir con él la torpeza de José Daniel y Laura a la hora de abordarlo. Además, necesitaba que el otro adulto cuerdo del equipo estuviera de su lado. ¿Por dónde entrarle? Pues por el barrio Chapellín, en Caracas, que era de donde él venía. Donde la cosa, como en todos lados, estaba jodida por culpa, claro, del innombrable. Ya tocado el tema, Humberto se lanzó sin anestesia a parafrasear su propio libro.

“Tú sabes, Andrés, que mientras más tiempo pase, más difícil será ponderar verazmente su vida. Su historia ya tiene una versión oficial, un discurso que se refuerza y enaltece desde el poder. Cualquier anécdota de su infancia o juventud, ahora se magnifica y se reinventa para que el país crea que no hubo una Venezuela antes de Chávez.”

Andrés lo miraba callado, no tenía argumentos para contradecir al experto. Humberto suspiró y aprovechó la pausa para soltar el resto.

“Nosotros tenemos una forma de hacer que eso se acabe. Queremos… Bueno, ellos quieren… Ver si tú puedes viajar con nosotros en el tiempo para entrenar a Huguito Chávez.  Convertirlo en grandes ligas y así cumplir su sueño de infancia. Queremos alejarlo del ejército, de la política y de todo lo que volvió mierda al país. Seguro te estás preguntando, cómo. Bien. Pues… Estos chamos, Laura y José Daniel, son unos duros y unos genios. Ingenieros, profesionales arrechos, formados fuera, ya sabes. Pues bueno, ellos hicieron una máquina del tiempo.”

A Andrés se le borró la sonrisa. Humberto tragó grueso y abrió una hoja grande con una línea temporal, fichas, fechas y fotos.

“…Y por más increíble que suene, te sugiero les des el beneficio de la duda. Yo me quedé loco. Fíjate, ellos estudiaron el historial de cazatalentos que pasaron por todas las escuelas de beisbol de Venezuela en 1969, que es el año al que iríamos. Huguito tiene en ese momento 14 añitos apenas. Y como estos son unas lumbreras, rastrearon al único scout, caza talentos,  que pasó por su pueblito, Sabaneta. Y saben el día y la hora exacta en el que ese tipo va a estar viendo a Huguito jugar. Si lo entrenamos…”

Humberto levantó su mirada para ver al Gato y se encontró con un muro.

“Bueno, si lo entrenas tú, si logras convertirlo en un pelotero destacado antes de que el scout lo vea, pues listo, se lo llevarán a las grandes ligas y habremos salvado a Venezuela del chavismo. ¿Qué dices? ¿Vienes con nosotros?”

Andrés no era el tipo más elocuente del mundo, pero su siguiente frase fue más contundente que todo lo que habían estado hablando por horas: “De bolas. Saquemos a esos condenados.”

Lo que sintió Humberto en ese momento fue una emoción y una satisfacción tan grande que pensó que así debía sentirse meter un jonrón con las bases llenas en el estadio universitario de Caracas, templo máximo del béisbol nacional.   En ese instante era él quien había dado el batazo, quien corría entre aplausos y fuegos artificiales al ritmo de la vieja canción de Un Solo Pueblo que al fin recordaba…

***

Botaste la bola,

botaste la bola,

botaste la bola, negro,

botaste la bola…

Como solía pasar, a Humberto se le quedó pegada la canción por varios días. La cantó durante su regreso a México y con mucho más sabor durante todo su viaje a Venezuela. Era muy loco, pero la proximidad a la patria le alborotaba la venezolanidad. El ritmo de los tambores lo acompañó durante el aterrizaje en el ahora solitario y vacío aeropuerto de Maiquetía. Prácticamente la bailó mientras cruzaba los mosaicos de Cruz-Diez rumbo a la terminal nacional.  

Allá lo esperaban Laura y José Daniel. La impresión de Humberto era que ni los vitrales de colores que tanto amaba podían levantar la pesadumbre de aquel lugar deteriorado. Intentó pensar en otra canción que le sacara a Un Solo Pueblo de la Cabeza mientras volaban a Barinas. Mi Querencia, el Carite, Compadre Pancho, El Pavorreal, El Cocotero, la que fuera… pero no tuvo éxito. Aceptó que aquella gritería mental lo acompañaría durante todo el traslado en transporte privado hasta la quinta que los chamos habían comprado en Sabaneta, el pueblo natal de Chávez.

Galarraga había llegado el día antes en el avión privado de un amigo. Los esperaba con un tremendo almuerzo llanero con carne en vara que Laura y José habían coordinado, pero el ineludible retraso de la aerolínea que los llevó a Barinas había obligado a convertir el almuerzo en cena. Los chamos no escatimaron en nada. Había hasta un grupo de arpa, cuatro y maracas que buscaba exaltar el espíritu patrio la noche antes de lo que él llamaba “el golpe temporal”.

“No le digas golpe, Humberto. Esto es otra cosa.” Dijo José Daniel muy serio mientras comían. Su tono contrastaba mucho con el del chamo medio tímido y excitado que Humberto había conocido 5 días antes. Viéndolo bien, tanto él como Laura se veían algo cambiados, más maduros, y por la forma en que se hablaban y tocaban en la mesa, era obvio que estos chamos ahora tenían una vaina, un romance. ¿Cómo era posible?

La respuesta la obtuvo en el transcurso de la noche. José se fue relajando y comenzó a explicar los pormenores de su invento. “Uno pensaría que tiene todo el tiempo del mundo, pero no es así. Cada viaje toma lo suyo. No se trata solo de preparar la logística, los traslados, conocer los eventos que tendrán consecuencias fuertes, convencer a las partes, etc. El viaje en sí mismo, de un año a otro, demoraba horas y hasta días. Es como apretar el botón de Rewind en una película de VHS mientras estás en Play. Vas viendo tu película en reversa, más rápido que en tiempo real, pero no tan rápido como para que no se sienta. El viaje que nos vamos a echar mañana hasta 1969 va a demorarnos 51 horas.”

Teóricamente, era nada. Un año por hora. Pero representó una gran diferencia con el nivel de compromiso que Humberto creía que tenían estos chamos con la causa. Él había conocido a Laura y a José Daniel hace sólo 5 días, pero ellos en ese tiempo, entre idas y vueltas para armar el golpe, habían pasado 5 años viajando. Por eso se veían tan distintos.

Laura le dio a cada uno un bolso con ropa de 1969 y billetes de la época. Advirtió que la plata no era para volverse locos y que aunque efectivamente viajarían en el tiempo, este recurso no era ilimitado. Los objetivos de la misión no podían desviarse pues en un mes exactamente la máquina retornaría automáticamente al momento de origen.   Esta información generó mil preguntas en Humberto y puso pálido al Gato, pero prefirieron guardarlas para las 51 horas de viaje.

Humberto se fue a acostar. Insomnio parejo. En el fondo, le emocionaba la idea de volver a ver la Venezuela de su infancia y estaba levemente tentado a visitar lugares y personas de su pasado que nunca se fueron. El despertador sonó a las 5 de la mañana. Pensó que habría desayuno, pero Laura había hecho sándwiches para el camino. Un cafecito y a la máquina.

Curiosamente, no estaba nervioso. Se abrochó el cinturón de seguridad, se cerraron las puertas y Laura, prometiendo que se turnarían el uso de la radio durante la travesía, puso la música. Como un vampiro salido del infierno, la canción de Un Solo Pueblo regresó. Horrorizado, Humberto cayó en cuenta que la letra de aquella canción no celebraba los éxitos, sino que se reía de los múltiples fouls de la cotidianidad venezolana. Menos mal que no creía en presagios.

CONTINUARÁ…

12 Comments

  1. Hola me encantó y me muero por leer la continuación, me pareció un enfoque distinto,muy original y sobretodo la forma de escribir directa y dinámica! Me quede enganchada!!!!Asi que pronto espero la continuación

    1. Gracias, Tamara!
      Ya los jugadores están calentando. El segundo inning llega en los próximos días.

  2. ¡Wow! ¡Qué loca historia Caque! Interesante como transformaste el tema de viajes en el tiempo, en una aventura nacionalista digna de un nuevo género que podría llamarse “sci-fi política”. Valiente y arriesgado de tu parte el entretejer ambos temas que podrían parecer muy disímiles. De hecho, al igual que le sucede al protagonista, al inicio me costó algo asimilar la premisa. Pero ya con el fluir de la narrativa fuiste construyéndola y aderezándola de tal forma que adquiere todo el sentido.

    Me dio mucho a pensar sobre cómo cada nación soñaría con usar una máquina similar para “arreglar” el país de una manera diferente. Quizá los alemanes podrían extrapolar esa misma misión y aplicársela al joven Hitler. En México quizá buscaríamos que Henrán Cortés renunciara a sus planes de conquista. No sé, ¡habrían tantas posibilidades!

    Como siempre pasa con las historias de viajes en el tiempo, queda esa reflexión de los riesgos de interferir en las leyes universales de causa y efecto. Los venezolanismos del lenguaje me hicieron sentir que te estaba escuchando hablar. Ya quiero conocer al pequeño Chávez y saber si lograrán o no su propósito. ¡Bravo por ese cliffhanger!

  3. Caque, veo muchas piezas que prometen encajar a la perfección cuando nos muestres el final de la historia.

    Por un lado, humanidad en el planteamiento de viajar en el tiempo y, en lugar de matar al innombrable, ayudarlo a cumplir su sueño de infancia. También veo una reflexión sobre la tendencia del pueblo venezolano de achacarle todos los males a un villano (por más justificada que esté la gran mayoría de la destrucción socioeconómica del país), o pedirle toda la salvación a un mesías libertador. Como crítica constructiva, hay partes en las que el tono editorial se impone sobre el narrativo. Nunca al punto de sermonear, pero sí que sale de entre líneas y amenaza con romper la ilusión de la ficción.

    Misión Jonrón parte de una realidad de dolor pero la narra en clave de humor, un reto complicadísimo de lograr, aunque de mucho agradecer, y en parte por eso me recuerda a las películas más nuevas de Quentin Tarantino, por esa forma de reescribir la historia para que el público haga una catarsis imaginaria de lo que todos quisiéramos que hubiese pasado en la vida real.

    Es complicado darte más feedback sin saber a dónde va el cuento, pero esta primera parte tiene una base muy sólida y promete ser un gran relato. Por los comentarios previos, se nota que ha gustado, y no me extraña: la premisa es muy original y la construcción de personajes la sostiene y eleva. Veremos en qué para…

    1. Gracias por tus comentarios Carlos!
      Siempre los tengo muy en cuenta.
      Si algo le ha subido el nivel a este cuento han sido tus comentarios editoriales.
      Sigo adelante esperando poder entregar la nave entera y en un buen puerto.

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