Tal como nos lo planteamos desde la creación de esta comunidad, va a continuación una breve crónica de lo que fue para mí escribir La fiesta del fin del mundo, mi primer cuento, no solo en Bandapalabra, sino en mi vida.
De entrada me planteé dos tareas:
1. Alejarme del diálogo lo más posible. He escrito teatro y me gano la vida siendo guionista. El diálogo se roba el espacio de prácticamente todo lo que hago, así que evocar emociones e imágenes sin verbalizarlas era un reto importante para mí. Descubrir el formato, pues.
2. Drenar un poco el ahogo que me causaba (causa) el encierro a un mes de cuarentena. Esto último, confieso, no lo he llevado nada bien. Así que muchas de las posturas del protagonista con respecto al encierro son catarsis propias.
Comencé a pensar sobre la idea de la liberación, el fin de la cuarentena aunque representara el final de otras cosas. Calidad sobre cantidad. Si esto se va a acabar, no quiero que se acabe en semejante ladilla. Recordé entonces esa hermosísima escena de Nosferatu de Werner Herzog, en la que toda la ciudad es invadida por una plaga de ratas y ante la inminencia de la muerte, los habitantes se van bailando y comiendo en espíritu festivo. Quería que fuera divertido, así que una parte de mi evocó los recuerdos de películas que me hacían reír de niño como Animal House, La Venganza de los Nerds y Despedida de Soltero. Ninguna de esas películas me gusta hoy, pero el Caque de 12 años las había idealizado como el tipo de fiestas locas y salvajes a las que quería asistir cuando fuera grande.
En la primera sentada salió como el 60% del cuento. Tenía la estructura y el inicio muy claros. Pero luego vino una pausa. El miedo era el motor de uno de los personajes y eso hizo aparecer la situación con el roomie. Me gustó tanto lo que esta situación ofrecía, que me hizo dudar en apartarme del camino de la relación de pareja, que hasta este momento había sido el motor principal a la hora de escribir.
La pausa hizo que la historia creciera demasiado en mi cabeza. Quería dedicarle espacio a muchos personajes invitados y la fiesta sería mucho más detallada y salvaje, el epicentro de los disturbios que iniciarían el fin de los tiempos. El roomie regresaría y su historia tenía muchos más recovecos con Oscar.
Pero me comió el deadline. Acepté que había perdido el norte, que de pronto eso que escribía ya no era un cuento y que se me había salido de las manos. Corté rabo y orejas. Procuré quedarme con mi columna vertebral y aún así, siento que algunos cambios quedaron apresurados.
Tengo intenciones de revisitar este cuento en el futuro. Ya veremos a dónde me lleva.
Gracias a todos por leerlo!