Había una vez
...muchas maneras de echar tu cuento
0   /   100

Seguir en el camino

Comenzar a leer
Algunos viajes pueden ser liberadores de maneras inesperadas.
Ilustración de Zyanya Ruelas
@Instagram

Han pasado cuatro años desde la muerte de Ana Paula y te preguntas temerosa si hoy es el día en que debes soltar.

Las manos te sudan, los ojos se te entrecierran por esa molestia que va y viene y que te hace sentir miles de cortaditas en el cuerpo mientras surge de lo más hondo de tu memoria la llamada de aquella noche, donde te informaron que alguien en su coche había chocado contra tu hermana y huyó, dejándola tirada a medio camino, junto con su bicicleta de ruta en el kilómetro ciento trece de la Federal México-Puebla.

Sí, siempre te recuerdas igual: sola, en tu casa, acabando de colgar el teléfono, tratando de entender todo lo que te dijeron mirando al piso por un largo rato. Que primero pensaste que no era cierto, que no era Ana Paula de la que hablaban simplemente porque era una buena persona y las buenas personas no pueden morir tan así de repente, tan fácil, tan trágico. Luego corroboraste que sí era verdad porque tu teléfono siguió sonando hasta que llegaste a casa de tus papás y sentiste el silencio sepulcral con el que todos te recibieron. Recuerdas que todo pasó de golpe, que ni tiempo te dio de llorarle porque estabas más atenta al traslado de su cuerpo, de los papeles de defunción, del servicio fúnebre; de buscar quién hiciera el hoyo para enterrarla y, sobre todo, del dinero que ninguno de tu familia tenía porque nadie ahorra para morirse. Que recuerdas por partes el funeral y el entierro; el llanto interminable de tu mamá y la forma en que tu papá se tocaba el pecho cada vez que alguien se le acercaba a darle el pésame. Que después de los días difíciles comenzaron otros más raros en donde no podías ver una bicicleta sin que sintieras una sensación de que algo malo iba a suceder. De que recreabas entre sueños ese ruido que pudo haber hecho el cuerpo de Ana Paula al estrellarse contra el coche que se había fugado. Si sufrió, si fue lento o rápido, si ella iba distraída o el conductor estaba ebrio. Que el día en que tu familia y tú fueron a dejar una cruz al lugar del accidente no pudiste llegar y te quedaste a unos kilómetros atrás simplemente porque tenías miedo de estar ahí y tal vez encontrarte con pequeños rastros de sangre que se quedaron pegados en el asfalto.

Y hoy, que estás a punto de pasar por ese lugar, las imágenes regresan a ti como una cachetada que te pone alerta y te hace sentir incómoda.

Ya casi llegamos, te dices mientras aprietas tu mochila con tus manos frías de la impresión.

No lo tenías planeado. Ni siquiera el conductor del Toyota en el que vas sentada de copiloto lo tenía planeado. Todo cambió debido a que cerraron la autopista a causa de un percance por las lluvias y la única manera de seguir en el camino era tomar esa desviación, la misma que usó Ana Paula junto con sus amigos ciclistas, según te dijeron el día del funeral, dizque para que no corrieran tanto peligro e ir más tranquilos por la Federal. Vaya fiasco.

El dueño del Toyota, un señor que conociste hace un par de horas en una aplicación de coche compartido y que en su descripción dice «platico cuando me siento en confianza» parece no esforzarse demasiado al contarte sobre su familia y su trabajo, pero tú no le has puesto atención desde que te comentó que iba a tomar la Federal para llegar a la Ciudad de México. No. Tú estás más atenta a lo que pasa allá afuera; clavando la mirada en el bosque tupido. Buscas entre el subir y bajar del parabrisas algo que te mantenga cuerda para terminar el resto del viaje. Miras el camino, todavía estás a tiempo de decirle a ese señor que no para de hablar que detenga su carro; darle las gracias y bajarte tranquila con el riesgo de estar atrapada el resto de la tarde en medio de la lluvia, sin que alguien te recoja de regreso. Y aunque por ratos se te viene a la mente la gran pendejada de abrir la puerta y lanzarte para evitar dar explicaciones, por otro lado, estás desesperada por llegar al espacio que te has negado. Dejar de ser esa mujer: la que se quedó a medio camino por tristeza, por cobarde, por no querer estar ahí y sentirse impotente. Ya no quieres esconderte. Quieres obligarte a llegar a un sitio que no conoces pero que has imaginado miles de veces y que necesitas explorar sólo para dar por terminado de una vez por todas eso que te molesta y te sofoca, eso que no te ha dejado dormir en paz. Abandonar esa forma de recordar a Ana Paula.

Prendes tu celular con desconfianza y miras tu ubicación: dos minutos para llegar al kilómetro ciento trece. Es más de lo que avanzaste la última vez. Tu cuerpo no ha dejado de dolerte y tu cara se va sintiendo cada vez más helada y, entre cada parpadeo que haces para aclarar la vista, te rascas los brazos para sacar de alguna manera esa desesperación que te provoca el esperar llegar a ese momento. Cuentas en silencio del uno al cien. Los oídos se te tapan y ya no escuchas ni siquiera el blablablá del señor; sólo sientes la boca seca y el cuerpo entrecortado, como si hubieras vuelto de un largo paseo en plena tarde. Falta menos de medio minuto. Tomas aire. Ya no hay vuelta atrás. Abres bien los ojos, muy bien. Los llevas hacia la orilla del camino para encontrarte con esa cruz blanca y sin querer, miras un señalamiento azul con un teléfono dibujado en medio. Te transporta a la última llamada que tuviste con Ana Paula donde hablaron de no ser unas adolescentes eternas, de mandar a la chingada a sus jefes para dedicarse a lo que en verdad querían ser: ella, la dueña de una tienda de bicicletas y tú, tener una cafetería. Hablaron de sus hartazgos del día, de sus pretendientes, del panqué que ibas a hornear el fin de semana. Del clima y la nueva música que escuchó. De que esperaban a que fueran las fiestas decembrinas para estar juntas en casa de sus papás y platicar como en los viejos tiempos. Que quisiste decirle cuánta falta te hacía, pero no se lo dijiste porque ya faltaba poco para verla. Que le avisaste que tenías que colgar porque ibas a subirte al metro y ella te alcanzó a decir un «te quiero, tonta. Me marcas pronto para seguir con los planes». Y tú le contestaste entre risas que sí, que le marcarías pronto sin saber que esa iba a ser la última vez que hablarían, que escucharías su voz. Tu hermana mayor, suspendida entre tu memoria.

Sueltas un quejido. Las luces rojas de los coches de enfrente te empiezan a lastimar y la voz del señor se torna clara como al principio. Escuchas que te pregunta varias veces si estás bien, pero prefieres no contestarle. Silencio. Vuelves a respirar hondo. Sientes la cara húmeda; la tocas apenas con los dedos. Estás llorando. Das otro respiro. Las lágrimas no dejan de salir. Sientes algo nuevo crece dentro de tu cuerpo, una sensación parecida a flotar pero que duele. Te duele. No dejas de llorar ni de temblar. El señor te pregunta con preocupación si necesitas que se orille por un momento y tú con esfuerzos le alcanzas a decir que no, que no se detenga. Cierras los ojos. Ya no quieres pensar en nada. Allá afuera, el camino sigue igual con el sonido de la lluvia golpeando con suavidad el coche.

***

Después de unos meses, volverás a pasar por el lugar exacto donde estuvo tendido el cuerpo de Ana Paula junto a su bici destrozada. Te quedarás un tiempo dentro del coche, con las luces intermitentes, mirando hacia la cruz blanca que se asoma a la orilla del camino. Luego bajarás con sigilo y te sentarás a lado de ella, observando detenidamente cómo el cielo está a punto de oscurecerse. Blue hour. No habrá nada más; ni miedo, ni lágrimas. Ni siquiera aparecerán las cortaditas que sentías sólo de pensar en ella y los cientos de ruidos que pudo haber hecho su cuerpo al estrellarse contra el coche que se fugó. Nada. Sólo eso: una carretera en medio del bosque, esperando a ser transitada.

4 Comments

  1. Dejar que el alma hable o grite, de la forma en la que cada uno eliga, ayuda a mitigar el dolor.
    Muy bien Gis.

  2. Me hiciste llorar gis,me hiciste recordar todo lo que sentí cuando falleció mi papá hace un par de años,tiene todo tu sentimiento este escrito.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *