El camino de una rara decisión.
Aquella noche Aura estaba muy cansada y decidió tomar la carretera vieja para volver a casa. Mientras conducía encendió la radio y cambió de emisoras hasta que dio con I Follow Rivers, una canción que le gustaba mucho y comenzó a cantar para animarse y espantar el sueño: «You’re my river running high / Run deep, run wild / I, I follow, I follow you / deep sea baby, I follow you / I, I follow, I follow you / dark doom honey, I follow you…» pero de pronto su auto comenzó a quedarse sin fuerza, y así sin más se apagó. Enseguida buscó el teléfono móvil y se dio cuenta de que no había señal.
La carretera estaba oscura y solitaria, la única luz que permitía ver algo era la de la luna llena y, ahora en medio de la nada, la idea de tomar este camino y alejarse del tráfico pareció absurda y poco inteligente. Cómo se me ocurrió venir sola por aquí, pensó. Parecía que el auto no tenía brío ni para hacer el sonido de arranque. Lo mismo pasaba con el móvil, estaban muertos. Se bajó para abrir el capó y ver si moviendo los cables de la batería ocurría algo, pero fue inútil, era como si de pronto se desconectara toda la energía del mundo.
Sus ojos ya se estaban acostumbrando a la oscuridad, por lo que decidió caminar en busca de señal para el móvil, o de alguna ayuda para poder salir de allí. Anduvo un rato sin encontrar nada, hasta que un aroma a jacintos la hizo detenerse. Era un olor que conocía muy bien porque eran las flores que dominaban los predios del patio en casa de su abuela; fue una sensación extraña. Siguió caminando hasta que logró ver una luz tenue en lo alto de una colina. Afinó la vista para darse cuenta de que era una casa. Decidió subir, no había realmente otra opción, así que se apresuró hasta llegar al punto de donde provenía la luz, y vio que se trataba de una cabaña pequeña y muy antigua. Tocó la puerta un poco ansiosa. Mientras esperaba, levantó el móvil a ver si alcanzaba algo de señal. Cuando estaba a punto de tocar de nuevo, la puerta se abrió y frente a ella apareció una anciana encorvada que la trató amablemente, hasta con intimidad:
—Pasa querida, te estábamos esperando, bienvenida.
Asombrada, Aura dio un par de pasos para ver que la cabaña por dentro era un salón enorme, en el que se ofrecía un banquete del que nada se escuchaba afuera, pero la mayor sorpresa era quienes estaban allí, toda su familia. Boquiabierta vio todo el lugar y la mesa en la que estaban su esposo, sus hijos, sus padres, sus hermanos y el resto de parientes… todos juntos, los que estaban vivos y los que ya habían muerto. Era una verdadera reunión familiar.
Dudó si todo era real, si no estaba dentro de un sueño, pero la imagen era muy nítida, cada tono, los brillos de las copas, de la vajilla y los comensales muy bien vestidos, curiosamente ninguno con colores. Tuvo el impulso de mirarse la ropa, para ver que ella también estaba acorde a ese raro código de atuendo, aunque no recordaba haberse vestido así. En medio del shock avanzó hacia la mesa. Todos la miraban risueños, felices de verla. Reconoció a la bisabuela Rosa Angelina, que había muerto cuando ella apenas tenía nueve años, la abuela Amalia que se había ido al otro lado por culpa de la diabetes, estaba el tío Ramón que había muerto por una cirrosis hepática luego de haberse bebido durante años toda la cerveza del pueblo, la prima Herminia que vivía hace años fuera del país, y el primo Ernesto que no había vuelto después de haber huido de la dictadura. Estaban todos, incluidos aquellos de quienes apenas guardaba un trozo muy pequeño en la memoria.
Le llamó la atención que bebían de una botella con un licor rosa, servido en unos vasos de cristal minúsculos, aún más pequeños que los que se usan para servir shots de cualquier aguardiente; la anciana que le abrió la puerta era quien lo servía, y le pareció curioso no saber quién era, jamás la había visto ni siquiera en fotografías, no se le ocurría ningún parentesco, tampoco sabía si era de las que respiraban todavía en este plano.
La abuela Amalia se levantó animada y se presentó. Aura no la conocía más que de verla en los retratos antiguos. Cuando ella nació ya no estaba, había muerto de tanto comer dulce para superar la tristeza por la muerte del abuelo Toño. La tía abuela Mary Carmen que todavía estaba viva y soltera, la abrazó preguntándole por qué había tardado tanto, diciéndole que estaba preciosa, como siempre.
Se vio sentada en la mesa, en la que servían platos sofisticados que nada tenían que ver con las sencillas comilonas familiares de los tiempos de su infancia. La tía Rosa, que era de merendar café con leche y pan dulce, estaba empeñada en servirle unas ostras de aperitivo e insistía en que las comiera cuando todavía estaban frías. Era extraño ver a una señora de pueblo, que cocinaba cosas sencillas y gloriosas, insistiendo en que Aura probara algo que ella misma jamás hubiera imaginado comer.
Los niños estaban en otra mesa un poco más pequeña. Jugaban intentando no estropear sus vestidos elegantes, dignos de una foto de revista. Todo parecía una velada en un palacio, aunque ella daba por hecho que estaban en una cabaña y que los invitados no eran de la realeza.
Aura quiso entender qué estaba pasando y le preguntó discretamente a su prima Valeria, sentada a su lado, qué era lo que se celebraba, qué significaba todo aquello, cómo era posible que los abuelos muertos pudieran estar allí compartiendo, festejando, aunque vestidos de luto.
—¿Cómo que qué celebramos? —dijo asombrada Valeria—. Tu cumpleaños, una nueva vuelta al Sol que no sabemos si completarás, así que decidimos adelantar la fiesta, pero no te asustes, no te lo tomes a mal, ya sabes cómo es tu mamá, ella prefiere tomar precauciones y festejar tus cincuenta años a lo grande, tú sabes bien que son pocas las mujeres de la familia que superan mucho tiempo más esa edad aquí en la Tierra.
Aura no entendía nada, ¿De qué está hablando? ¿Cómo que las mujeres de la familia no viven mucho más después de los cincuenta? Esto tiene que ser un mal sueño, se decía; sin embargo, logró hacer un recuento fugaz de la rama femenina de sus parientes, y atónita descubrió que las que no habían tenido hijos eran las únicas que cumplían más de sesenta.
Todo era desconcertante, la contradicción del festejo con una tensión que no sabía explicar, una duda, algo como un frío que le calaba hasta los huesos… primos lejanos, parientes que hace tiempo no veía, se seguían acercando a ella con una alegría rara, en sus caras había algo que no estaba en su lugar, una especie de mueca, una rigidez vieja. Sin embargo, se sentó a comer después de saludar con amor y extrañeza a su marido y a sus dos hijos. Probó un bocado del pavo que le supo a pescado, del salmón que supo a piña y de la ensalada rusa que estaba dulce… nada correspondía con lo que aparentaba ser. Entonces se le erizó la piel.
El asombro se le instaló en el cuerpo y en un momento se fijó en una caja de regalo que estaba sobre una de las sillas; si están celebrando mi cumpleaños lo más probable es que sea un regalo para mí, pensó y, sin atender a nada más, fue hacia éste y lo abrió. Levantó la tapa con el lazo. Había un pajarito indefenso en el fondo, que al verla pió tan fuerte que se espantó y cerró la caja. Sintió que se asfixiaba, que debía salir de aquel lugar cuanto antes. Las risas y las conversaciones comenzaron a escucharse cada vez más alto, como amplificadas, y a cada intento de ir hacia la puerta, alguien la entretenía para preguntarle algo, o comentarle lo bien que se veía a punto de cumplir cincuenta años.
Aura volvió a escuchar en su cabeza el gorjeo, volteó a hacia la caja intentando descifrar qué significaba ese pájaro allí encerrado, y absorta en ese pensamiento alguien gritó:
—¡Es hora de cantar cumpleaños y de destapar los regalos!
Sintió pánico, ganas de correr, cómo era posible que la gente que tanto amaba le diera tanto miedo, su familia, con la que creció era tan extraña ahora ¿Por qué? ¿Sería la bebida? ¿Qué pasaba con los sabores?… intentó recordar cómo había despertado esa mañana, cada paso del día, el desayuno, la despedida de los niños en el colegio, la llegada a la oficina, el transcurrir del día, todo había sido normal, salvo ese momento en que camino a casa, decidió tomar la carretera vieja.
Había en aquella fiesta demasiado protocolo, algo raro en su familia, que no creía en los formalismos y en cada reunión hacía honor al cariño fraterno y a la espontaneidad. Le extrañaba tanta etiqueta, que volvieran los que se habían ido de este plano, y precisamente a celebrar su cumpleaños… un escalofrío le recorrió la nuca otra vez, esperó que cantaran cumpleaños, luego de hacer un brindis en su honor, y al soplar la velas todo quedó en una oscuridad absoluta que detuvo la algarabía por un instante, en el que sólo se escuchó el piar del pájaro de la caja y que se mezcló con el olor a cera quemada… En cuestión de segundos que parecieron una eternidad alguien encendió de nuevo la luz. Fue el momento de la confusión, había que cortar el pastel y servir el flan, tengo que salir, tengo que salir, tengo que salir…
Como pudo llegó hasta la puerta y corrió rápido. De nuevo le vino el aroma del jacinto y, al caer en la tentación de voltear, miró la silueta de la anciana asomada en la puerta.
Bajó la pendiente a toda velocidad, llegó a la carretera con el corazón a punto de salírsele del pecho, siguió hasta el auto, entró, cerró la puerta e intentó calmar su respiración que no podía estar más acelerada. Apoyó las manos sobre el volante, y sobre éstas, la cabeza. Al cabo de un breve instante levantó la cara y se dio cuenta de que estaba amaneciendo.
Quiso encender el auto y el motor arrancó como si nada y al mismo tiempo comenzó a sonar la canción que estaba escuchando «I, I follow, I follow you / dark doom honey /I follow you», se le ocurrió mirar el móvil y tenía señal. No lo podía creer, todo estaba tan normal… De repente sintió que alguien en el asiento de atrás la miraba, al girar sólo vio la caja de regalo y escuchó, sin abrirla el graznido del pájaro. Le temblaron las manos, las piernas, como pudo se bajó del auto. Trató de pensar en algo, buscando quizás a alguien, sin saber a quién. Decidió tomar la caja y dejar escapar al ave, pero al abrirla vio que estaba muerta y destilaba un olor nauseabundo.
Ya era de día. El sol lanzaba los primeros destellos con fuerza. Ella volvió a toda prisa al auto, arrancó y aceleró, al ajustar el espejo retrovisor vio a la anciana de la cabaña que levantaba la mano para saludarla. Pisó de nuevo el acelerador aterrada y, al volver la vista al frente, como salida de la nada, estaba la anciana. Aura no pudo contener el grito.
Ayy papá!! Que susto….
¡Un sustico! Gracias por leer 😉
¡Delicioso! Dijo ella con los pelos de punta.
Gracias por leer y por ese piropazo!
Genial! Un gusto pasar por tus líneas 🧡
Gracias por leer y por ese piropazo!
Gracias, Edu! Me alegra que te guste.
¡Que susto! Me encantó y me sorprendió.
¡Gracias por leer! Abrazo.
La muerte, que estaba resoplándole en la nuca. Será?
¿Será? ¡Gracias por leer!