Hay un silencio en el estudio. El ingeniero salió comer y el personal de grabación toma un descanso. Kurt lee con atención el contenido de la carta.
Sr. Kurt Donald Cobain
Gracias por aceptar participar en nuestras sesiones de Ted Talks.
En unas semanas hablará sobre el suicidio. Han pasado más de dos décadas desde que el electricista Gary Smith lo hallara inconsciente, abrazado a una escopeta, liberándolo así del club de los 27 de Jimi Hendrix o Janis Joplin. Ese día su vida dio un vuelco.
Si eres joven, famoso y estás muerto, te vuelves inmortal. Kurt ahora es un mortal más. Insignificante en la música, viviendo de glorias pasadas, con alguna aparición esporádica o un reconocimiento en círculos de autores.
Sobrevivió a su adicción a la heroína. Nirvana desapareció semanas después del incidente y ese mismo año se divorció. La relación con su hija no es estable. Todos estos años ha vivido bajo la sombra del éxito que significó Smells like teen spirit. Lo persiguen sus contradicciones.
Paradójicamente, su amistad con Eddie Vedder, de Pearl Jam, le ha servido para discernir con el fantasma de la fama. No fue fácil ver morir a colegas cercanos: Shannon Hoon, de Blind Melon, y John Baker Saunders, de The Walkabouts.
El mundo de la música cambió a partir de que el pop de Backstreet Boys o Britney Spears detonara la debacle del rock alternativo. El indie ya no era cómo se conocía. Su amigo Billy Corgan, de Smashing Pumpkins se retiró, asustado, harto de la plasticidad sonora. Cuando reunió a la banda, lo criticó por aprovecharse de la vuelta nostalgia.
Todo lo que conoció como grunge se desmoronó. Aquellos temas sobre alienación, búsqueda de la libertad o la marginación social, ya no importaban. Kurt tuvo que hacerse una coraza. Ahora el desencanto y la apatía con la que compuso muchos de sus temas, se habían vuelto sobre él y su legado.
Foo Fighters es ahora la sensación del rock. A él lo miran como el ex drogadicto que se salvó de un final sangriento. La prueba viviente de que superamos nuestras miserias. Un girasol que crece en la mierda buscando la luz del sol.
Le costó liberarse de sus miedos. Cuando se conoció el deceso de Layne Staley, de Alice in Chains, le vinieron a la mente la coincidencia en las fechas, los días de su adicción y aquel estado anímico en que se encontraba.
Se salvó de la muerte. Su fama no es como antes. Parece una señal del subconsciente, una decisión involuntaria, un tema recurrente de entrevistas pasadas que se hizo realidad y, cuando la vida te cumple ciertos deseos, te devora. Entonces te cuestionas las solicitudes mentales. Así funciona la sabiduría, entender cómo las consecuencias de tus acciones te llevan al lugar en el que te encuentras y aprendes a lidiar con eso.
Todas estas vicisitudes se convirtieron en su fortaleza para dar ejemplo a una nueva generación. Desde el episodio del suicidio, su círculo cercano y, hasta los fanáticos, esperaban su muerte a causa de las drogas. El día que leyó desde su celular la noticia de que Scott Weiland, de Stone Temple Pilots, había perdido la vida por sobredosis, fue como una señal de que debía recomponerse.
Se mantiene dibujando, vive de las regalías de Nirvana y también de la recolección de dinero de algunas letras de Hole, la banda de su ex esposa Courtney Love. Ha hecho un par de discos folk sin éxito, algunas canciones llenas de lucidez y otras lo suficientemente nostálgicas que empalagan. Quejumbroso y sin una brújula compositiva, el Kurt disruptivo y enérgico está en una búsqueda. Fortalece su paciencia.
Kurt ve su reflejo en el cristal del estudio. Se ha convertido en todo lo que criticó. Incluso está obeso como Axl Rose, de Guns N’ Roses, a quien nunca quiso.
Le costó volver a una sala de grabación, pero aquí está, entre anotaciones, ideas, demos. Se siente feliz, o un poco menos aturdido, aunque en paz. Tiene la esperanza de llenar el hueco creativo que lo carcome. La sobriedad le da una nueva perspectiva.
Está esperando la visita de Frances Bean, su amada hija, convertida en artista audiovisual. Kurt tiene un miedo personal, su afecto y protección paternal han construido una premonición fatalista. Su pequeño retoño llegó a los 27 años de edad, con un divorcio y una reciente ruptura amorosa con músicos. Teme por su estabilidad emocional.
“Las emociones duran 90 segundos”, lee en un tweet y reflexiona. No podemos cambiar el pasado, pero cuando rememoramos tenemos la oportunidad de ajustar nuestro presente.
Su vida ha sido un tsunami, una vorágine de sensaciones. Disfruta los días de optimismo. Sigue creyendo en la música, escucha de todo con entusiasmo. Se encabrona oyendo la cantidad de covers que existen de sus canciones. Se alegra mucho con la versión sususrrante de All Apologies que hizo Sinead O´Connor y hasta le honra que Caetano Veloso haya interpretado Come As You Are.
Kurt deja el estudio de grabación y se dirige a casa. La película de su vida lo acompaña en el camino. Salvo la lluvia, Seattle luce diferente a los recuerdos que pasan por su cabeza. El hip hop se mezcla con el dream pop y en las calles habita cierta alegría. Piensa en la charla TED. ¿Qué decir?
Llega a casa y coloca un vinil para sentarse a descansar. Kurt disfruta escuchar Present Tense, de Pearl Jam, y ha estado enganchado a No Code desde el fallido suicidio. El disco le gusta por la docilidad con que la banda lleva su sonido a terrenos del folk. La canción termina y Kurt está lo suficientemente calmado para preparar su discurso en base a lo que ha pasado en su vida y su significado. Intuye que los organizadores de los Ted Talks están más entusiasmados que él.
No ha aparecido en público desde la muerte de Chris Cornell, aquel 18 de mayo de 2017 cuando recibió la noticia de que el más jovial, amable y dispuesto de su generación se había ahorcado en un baño del hotel después de su show en Detroit. Aquello lo marcó profundamente. Kurt respetaba a Chris Cornell por mantenerse fiel a sus instintos y por editar discos solistas como él no pudo.
Sin tiempo a procesar su muerte, Kurt fue perseguido con insistencia por medios hambrientos de registrar sus declaraciones. Habló con Eddie Vedder y juntos pactaron no dar entrevistas. El hermetismo los unió como nunca.
Dos meses después de la noticia de Cornell, llegó la conmoción por el suicidio de Chester Bennington, de Linkin Park. El morbo mediático lo miraba con cautela ¿El siguiente?
Llega el día del Ted Talks y Kurt reflexiona sobre su emancipación y desarrollo personal gracias a la espiritualidad. En los alrededores del teatro se palpa la agitación que produce su regreso a un escenario. Casi podría considerarse una reunión de Nirvana, ya que sus viejos compañeros de banda, Krist Novoselic y Dave Grohl, están con él en el camerino. Entre ellos bromean sobre las letras irreverentes del hip hop.
También se encuentran Curt Kirkwood, de los Meat Puppets, y Eddie Vedder. Kurt sonríe mientras abraza a su hija que también ha venido a verlo. Eso le emociona. Agradece a todos su presencia, mientras los aplausos de la audiencia indican el momento de su participación.
Caos, apatía, redención, aislamiento, miedo, sobriedad, supervivencia, fama, anonimato, anhelo, ansiedad.
Kurt siente todo durante el trayecto al escenario.
Años atrás, su audiencia lo idolatraba por su música. Esta vez, espera de él un mensaje de esperanza. Una luz que ilumine sus caminos.
Kurt busca lo mismo.
Aparece en escena, mira a la multitud. Se toma unos minutos para sentir la cálida bienvenida, los aplausos. Una manera de desintoxicarse de su distanciamiento como músico. Hace una reverencia y saluda con la mano. Mira uno de los monitores a su lado. No hay guitarra, solo cicatrices de un pasado tortuoso que ha dejado momentos en los que también se arrepintió de no haberse disparado en la cabeza cuando tuvo la oportunidad.
Toma el micrófono.
Comienza su discurso con referencias a canciones de Bowie y muchos otros de sus ídolos musicales. Entre lágrimas, comparte el difícil trance de los días previos a su intento de suicidio. Todo lo que iba a perder. Todo lo que perdió. Deja claro que no somos lo que hacemos y que nos definen las acciones.
Kurt desnuda su alma y expone sus contradicciones.
Hace las paces con quienes se ha peleado. Aprecia la vida como nunca antes y continua su búsqueda de la “liberación de los deseos, la conciencia individual y la reencarnación”, conceptos que le dieron el nombre de Nirvana a su legendaria banda.
Nunca quiso la fama, aunque la extraña.
Se despide con la verdad que lo ha liberado de todo apego mundano: “Kurt Cobain ya no importa”.
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Disfruto mucho de tus cuentos, siempre tienen relación con el soundtrack de mi via. Este de verdad quise quitarle el “alternativo” del final.
Arrechisimo… ??????
✋Brutal✋
¡Buenísimo! Y me encanta que venga con playlist incluido.
Me dejó una sonrisa “de oreja a oreja” …
Excelente, Will!
Este epílogo/qué hubiera sido? era necesario para lo que vivimos ese momento con intensidad.
Es muy lógico tu retrato del ídolo en el presente y muy consecuente con los tiempos que corren.
Me encantó y estoy rockeando con el playlist! ??
Excelente relato alternativo, pude imaginar a Kurt vivo y pasando por todo.
Will, tu cuento de dejó destruido. Nirvana nos marcó, lo querramos aceptar o no, tanto por la música, como por la tragedia que no da tregua, por la estela de muertos que ha ido dejando. Tu cuento transita con éxito una cuerda floja con tono comedido, que evoca nostalgia sin aprovecharse emocionalmente de ella. Porque para otros escritores habría sido fácil escudarse en la ironía y el sarcasmo, o, por el contrario, manipular con sentimentalismo barato y pintar un retrato complaciente para fans del Unplugged.
Han pasado más de 25 años en los que, admitámoslo, hemos soñado con varios futuribles que nunca estuvieron ahí para Nirvana. Que si se habría peleado con Grohl, que si hubiese formado una megabanda con Michael Stipe… pero tu ejercicio de imaginación supera lo anecdótico y nos regala posiblemente el Kurt más honesto sobre el que se ha escrito.
Me sorprendió gratamente ver que tomaras este camino, y no tu idea inicial (que habría sido muy probable en la vida real) de un Kurt con sobrepeso tocando grandes éxitos en Las Vegas.
Esta vez has minimizado mucho las habituales ramificaciones por las que te gusta regodearte.
[Hey! Wait! I’ve got a new complaint…] Ya puesto a criticar, me sobra la parte autocomplaciente de No Code. Pero ok, son pequeños detalles de un todo muy bien armado y contado.
¿Y si te animas de escribir una galería de retratos del resto del Club de los 27? Yo la leería encantado.