¿Qué será acaso este punto que hay en el supermercado?
Si me paro aquí encima de este punto es probable que alguien se moleste. No sé, podría ser el dueño del punto –no queda punto sin dueño– o una persona que no encuentra sentido a detenerse a reflexionar sobre ciertos puntos; o quizás sea alguien que piensa que hay puntos que no deben tocarse, sobre todo si uno es más bien líneólogo o experto en cualquier otra cosa diferente al punto en cuestión. Pero ese no es el punto.
El hecho es que a veces estoy en el supermercado y veo, por ejemplo, a una pareja de gays y uno de ellos le está gritando al otro, y me enojo. Me entra una rabia inmensa contra el tipo, pienso que si así trata a su compañero de vida, cuán poco le importará la gente que no conoce. Pienso que yo, que hablo tan bajito, tan amablemente, estoy sin novia y sin amigos. Me dan ganas de pegarle a alguien. Afortunadamente no soy de golpear, más bien soy de esas personas a las que otros golpean. Seguro usted conoce a alguien así, nos viene en la cara, a mí mismo me dan ganas de golpearme cada vez que me veo en el espejo, por eso me miro tan poco.
Pues, bueno, en ocasiones la ira contra el tipo del supermercado es tal que termino siguiéndole; lo miro con furia buscando que se dé cuenta de cuánto le odio, tratando de encontrar el mínimo pretexto para pelearnos, aunque no sea yo de pelear. Lo sigo y lo miro, con cierta discreción, claro está, no quiero parecer el loco del súper y espantar a los demás; pero busco apoyo en la mirada de otros clientes para tratar de llevar a un juicio imaginario a este sociópata. Nadie se inmuta, cada quien anda en lo suyo.
Decido entonces cruzar la barrera de la insolencia y rompo el protocolo de distancia. Al fin me nota, me mira indiferente durante un cuarto de segundo, le vuelve a gritar a su novio sin carácter y, calmadísimo y bien idiota, sigue hurgando entre las papas. ¡¿Acaso las va a manosear todas, cochino gritón de mierda?!
Cuando estoy bien cerca de él, casi –la verdad es que no me atrevo– casi me quito el cubrebocas; solo hago el gesto, como un vaquero amenazando y, para eso sí tengo osadía, respiro fuerte como toro, como buscando echarle encima el virus que no tengo.
Veo de pronto, justo detrás de él, la piña que vine a comprar y aprovecho para tomarla. Cuando volteo de nuevo noto que se me perdieron el gritón y el novio sumiso y me entra algo de taquicardia. Corro hacia las carnes, siempre con la discreción debida en un supermercado. No hay rastro de ellos.
Tomo la otra dirección, hacia las cajas, sigo con mi carrera discretísima y, de pronto, veo a lo lejos todas las piñas en el suelo y a un empleado con cara de culo tratando de recogerlas. ¿Acaso fui yo quien las tiró? No lo sé, no tengo mucho tiempo, de repente veo de espaldas al novio que se deja gritar; en su oreja tiene un aparato, ¿para la sordera?
Creo que ese es el punto, que a veces me paro sobre los puntos para escrutarlos, generalmente sin conocer mucho sobre ellos, porque más bien me gusta la lineología. Eso, que a veces escucho los gritos y quiero acallarlos –si no los oigo no existen– y, en ese plan, a veces se me pasa el punto más importante.
Genial y punto !
Love it!!!!!!