Dedicado a la banda.
—Cuéntame otra vez cómo es el plan.
—OK, Joe. El lunes a primera hora de la mañana vas y robas el banco.
—¿El lunes? ¿Ese día no está como repleto de gente después de haber estado cerrado todo el finde?
—Sí, bueno. Supongo que el martes es mejor. Pero tiene que ser ya. No tenemos mucho tiempo. El Gobierno anunció que nos van a confinar de nuevo a todos.
—Pero, es Navidad. No se van a atrever. Los comerciantes los lincharían.
—Ahí llevas razón. Y es justo a dónde quería llegar. El momento es perfecto, porque, a pesar del virus, los bancos tienen extra cash en esta época para que la gente saque su plata para compras decembrinas.
—Ya, pero con extra dinero, tendrán reforzada la seguridad…
—Este año están más preocupados por el gel hidroalcohólico que por contratar más guardias, con el punto a nuestro favor de que en la sucursal que vas a atracar acaban de reducir plantilla, de modo tal que todo el efectivo lo tendrá a mano el único cajero que atiende al público.
—Pero, ¿qué tanto vamos a sacar de ahí?
—¿Por qué hablas en plural? Vas a ir solo.
—¿Cómo?, ¿y qué pasó con el equipo de profesionales que me prometiste?
—Pues… mira. El distanciamiento lo hace como difícil. Yo no puedo exponer a más gente a riesgos innecesarios. Tú incluido. Justo ayer fui a echar un vistazo y hacían esperar a todo el mundo afuera. Imagínate que, de pronto, entrasen varios tipos juntos al banco… Sería demasiado sospechoso.
—No sé. Tengo un mal presentimiento…
—De eso nada. Además, si lo hago así es para ayudarte, bro. Entiende que mientras más grande sea el equipo, menos le tocará a cada uno.
—Bueno, pero entonces tenme al menos un conductor en la esquina con el motor en marcha para salir pitando.
—Pero, nada. ¿Tú quieres robar el banco?, ¿sí o no? Porque mucha seguridad no me estás transmitiendo…
—Pues ya no sé qué decirte, ¡si fuiste tú el de la idea!
—Sí, para hacerte un favor. Yo sé que necesitas dinero con urgencia.
—Que levante la mano el primero que no.
—Exacto. Piensa en tu familia, Joe. Yo sé que no es un botín para jubilarse. Pero, si te administras bien, te puede durar doce meses. Y en un año puede pasar de todo, sino que lo diga este 2020.
—¿Por qué no hacemos el atraco juntos?
—Pirquinihicimisilitriquijintis… Porque yo soy el autor intelectual y tú el material.
—Yo es que no lo termino de ver, señor escritor. Me rehúso a aceptar el rol de atracador. ¿Por qué no pones mejor que me gano la lotería?
—Porque entonces no sería un cuento con drama.
—Ajá. Pillado. Tú no quieres escribir un cuento sobre un crimen perfecto. Tú lo que quieres es sacrificarme para complacer tu ego de escritor.
—No es lo que parece, Joe. Confía en mí.
—Pfff, soy demasiado viejo para esta mierda…
—Lo que eres es un malagradecido. Te estoy poniendo de protagonista en un cuento magnífico.
—“Magnífico” para ti que tecleas esto desde tu sala con calefacción.
—Coño, Joe, ¡pero que aprensivo has salido!
—¿Y cómo no quieres que lo sea?, si tu idea tiene más agujeros que un queso suizo. Al menos cuéntame cómo tienes pensado acabarlo para saber a qué me presto.
—Podría, pero no me apetece arruinar el final antes de tiempo. Lo que quiero es que atraques el banco.
—¡Que no voy a atracar nada! Tu plan es una mamarrachada y tus diálogos están repletos de lugares comunes.
—Vale, ya, ¡que no hay tiempo que perder!
—Bah, ¡tiempo! Tus prisas son solo excusas por cumplir con una fecha de entrega. Yo sé que no me pones más equipo porque no tienes creatividad para inventar personajes.
—En serio que va a ser un robo demasiado exitoso y te garantizo que no habrá heridos.
—Un cuento sin drama es un plomo. Hasta yo, que soy un personaje, sé eso. Pero no voy a caer en tu trampa. Yo sé que tienes un twist guardado a la salida de esa sucursal bancaria y que yo no voy a llegar vivo al The End.
—Por favor, pasemos página y avancemos que esta parte está quedando demasiado larga. Joe, te doy mi palabra que no habrá sorpresas desagradables, ni deus ex machinas.
—Sí, ya sé. Lo tienes todo planeado.
—Lo tenía. Mira, viejo, a veces no todo sale como uno lo esperaba. Yo, por ejemplo, quería firmar un cuento corto sobre un atraco hasta que te pusiste a robarle el tiempo a mi público lector.
—Suelta el teclado, pues. Déjalo hasta aquí.
—Y tú, ¿qué vas a hacer?
—Viejo, no sé. Vivir mi vida.
—Sin historia no tienes vida.
—Viviré en tu mente.
—Ja, ja. Créeme que aquí es el último lugar dónde quieres residir.
—Bueno, entonces déjate de rollos meta y escribe mi final “sorpresivo” rociado a balas por un guardia de seguridad que cobra salario mínimo, o por un policía encubierto. No, ya lo tengo: me contagio del virus. ¡Qué fácil matar al protagonista cuando no se tiene ni idea de cómo acabar la historia!
—Y dale. Préstate a la historia y sígueme la trama. Si no, nadie te va a conocer.
—Ay, qué mortificación no ser descubierto por los tres gatos que leen tus cuentos.
—Eso es hoy. Mañana será otra historia.
—¡Ja! ¿Tú en serio crees que con este cuento vas a llegar a un gentío?, ¿o ganar un premio? Uy, espera, que estoy conversando con una eminencia de la Literatura Universal.
—Ah, perdón, que hablaron en coro Ignatius Reilly, José Arcadio Buendía y el capitán Ahab…
—No somos tan diferentes, tú y yo, así que el chiste está en ti. Mi sagacidad solo llega hasta el techo de tu imaginación.
—Qué mal bicho de personaje que saliste, Joe. Ya estás tardando en llegar al final.
—Vale, condúceme hasta la lluvia de balas con la que quieres acabar el cuento. Que mi defunción sea metáfora de la muerte de tu talento.
—Es cómico que lo digas, ¿sabes? En otro cuaderno estaba garabateando ideas para darle vida a Meg, la gerente de sucursal harta del sistema.
—¿Ibas a escribir un romance en clave de canción de Juan Luis Guerra?
—Calla. No. Ella iba dejarte robar hasta el último dólar, sonriendo debajo de su mascarilla. Precisamente tu temeridad iba a ser metáfora del paso que necesitaba dar para retomar las riendas de su vida. Pero no, tenías que convertirte en el cliché de los personajes que cobran vida propia.
—No te quejes, que, para lo improvisado de tu cuento, al menos tienes un buen personaje. Cosa que no se puede afirmar de tu final.
—Este termina con unos puntos suspensivos. Es lo que nos queda, ¿no? Cambiar la ruta, pero mantener el objetivo. Y seguir a pesar de que los personajes se nos rebelen o las previsiones se nos tuerzan. Tú sigue tu camino, Joe. Yo continuaré inventándome nuevas historias para mis tres gatos lectores, que no lo hago por la gloria, sino porque es lo que quiero hacer. Ese es el plan…
… “que no lo hago por la gloria, sino porque es lo que quiero hacer. Ese es el plan…” ¡Y qué buen plan Carlos, para esto que nos une y para la vida en general! =)
Jaja, me sentí en una película de Woody.