Había una vez
...muchas maneras de echar tu cuento
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El hombre del ojo blanco

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Primera parte

Bajo el semáforo en rojo, Alba Marsh se sintió arropada por el más gélido de los terrores. A escasos metros fuera de su coche vio al hombre del ojo blanco caminar entre la multitud. Parecía menos imponente que el coloso de sus pesadillas, pero no cabía duda que se trataba del mismo sujeto. Aquel que cuatro décadas atrás le había prometido matarla cuando fuese vieja antes de desvanecerse en el aire.

Mientras lo vio descender por la boca del Metro supo que al fin tenía la primera respuesta a las cuatro interrogantes que la habían condicionado desde los cinco años. ¿Quién era ese individuo?, ¿por qué quería hacerle daño?, ¿cómo lo haría?, y ¿en qué momento? Y es que Alba había pasado su infancia aterrada por llegar a la mayoría de edad. Cuando cumplió veinte y el hombre del ojo blanco no apareció, temió por sus treinta. Y así.

El semáforo cambió a verde y Alba hundió el acelerador hasta el fondo del vehículo. El hombre no parecía ser mayor que ella.  Notó que su corazón latía con vértigo y solo logró ralentizarlo tras asimilar que, por lo menos, ni se lo había inventado, ni estaba loca, como las indirectas recibidas por su psiquiatra y su madre, respectivamente. Pero el estrés le ganaba, porque el tipo había reaparecido para cumplir su promesa, encuentro que había anticipado toda su vida con docenas de variables. Pero solo tres resultados. Salvarse, ser asesinada o suicidarse, opción que cada año ganaba terreno en su mente, por robarle la satisfacción a ese maldito. Condujo a toda velocidad hasta su apartamento, donde tenía el revólver que su padre le había regalado antes de fallecer.

En casa no tenía quien la recibiera, mucho menos esperaba a nadie. Pero igual revisó hasta el último rincón, comenzando por el mueble donde guardaba el arma. Puso unas sobras del día anterior en el microondas, pero el aparato solo recalentó el plato. Por la ventana de la sala vio una bandada de aves migratorias. ¿Y si esta era su última comida? Le daba igual. Ahora que llegaba su posible final supo que no era lo mismo haberlo conjeturado que estar viviéndolo. En el caso hipotético de que ella acabara con él, ¿qué tenía en su vida que mereciera la pena?

Encendió la radio. Una voz de barítono sobre guitarras distorsionadas cantaba …I …am …I’m still alive. Cambió de estación, esta vez un ruido que apenas podía calificarse de música: …no me calló ná… pum pum, yeah… Volvió a mover el dial y sintonizó una entrevista con una mujer que hablaba sobre alterar los estados de conciencia. Tal vez pegarse un tiro era un poco desconsiderado con la persona que tuviese que limpiar su reguero. Pensó mejor en conectar una manguera al tubo de escape de su coche y de postre cenarse una sobredosis de monóxido de carbono. La mujer de la radio enumeraba los beneficios de una máquina mental de pulsos binaurales que permitía regresar a los acontecimientos pasados y recuperar información escondida en los rincones ocultos de la memoria.

Alba apagó la radio, encendió el ordenador y compró la máquina. También desactivó la alarma del despertador. Le pareció redundante que le recordara que su vida era una cuenta regresiva. Durmió sin soñar.

Segunda parte

Llamó a la clínica oftalmológica y se excusó por no poder ir a trabajar. Buscó por internet todas las consultas que tenía guardadas en alertas y en favoritos. Repasó la imagen del individuo según lo había visto en el semáforo. ¿Qué edad tendría? Le pareció que entre veinte y treinta, pero no le dio más vueltas. Primero porque ella era fatal adivinando las edades de la gente; y, segundo, ¡porque se trataba de un viajero en el tiempo, maldita sea! Capaz ni aún había nacido. Su única certeza era que el hombre del ojo blanco tenía dominio sobre el tiempo y se desplazaba a su antojo. Aunque ínfima e improbable, se aferró a la esperanza de viajar a sus primeros años de edad y hurgar en su trauma para descubrir alguna pista que le diera una ventaja sobre su agresor.

No iba a ser un viaje agradable.

Por la misma ventana de la sala vio un dron sosteniendo un paquete. Traía la máquina binaural.

El artefacto no inspiraba mucha confianza que se dijera. Traía audífonos de gomaespuma y unas gafas oscuras con luces led en el lugar donde debían ir sus ojos, como una doncella de hierro para discotequeros, unidas por cables a una caja con botones de plástico barato recubierta por una capa de polvo que apenas dejaba entrever el logo del fabricante, signos hindúes superpuestos sobre un cerebro mal dibujado. Solo faltaba que desprendiera olor a incienso al activarla.

De mala gana se colocó los accesorios y encendió la máquina. En completa penumbra escuchó un zumbido metálico. Rápidos destellos intermitentes, como estrellas lejanas, centellearon sobre sus ojos cerrados. Sintió que su corazón se sincopaba al ronroneo de los auriculares. ¿O era al revés?, que sus latidos marcaban el compás del aparato. La oscuridad retrocedió ante un haz de luz que tiñó todo de rojo y naranja con la sutileza de una ola que alcanza la orilla sin hacer espuma. Alba Marsh estaba sentada tras su escritorio de secretaria en el consultorio. Sintió frío. Bendito doctor y su manía de poner el termostato como para matar de hipotermia a un pingüino. Era tarde y ella la última en irse. Apagó el aire acondicionado y entró al despacho para investigar los archivos personales de los pacientes. Escuchó unas llaves abrir la puerta principal.

Alba apagó la máquina y se preparó una manzanilla. Aquella noche, el doctor la había sorprendido mientras hurgaba sus gavetas y la amenazó con entregarla a la policía a menos que…

Tiró el té y abrió una botella de tinto. El vino le recordó los años de universitaria y en concreto el momento cuando comenzó a beberlo a diario. Se había planteado salir con Rebeca por evitar a los hombres, pero un frío beso le confirmó lo que ella ya sabía. Que el corazón no funcionaba así. Ahora mismo, sentía los latidos en todas sus extremidades. Volvió a conectarse a la máquina.

Qué calientes tenía las manos este chico. Le incomodaba cómo sudaban palma con palma, pero no se lo decía porque él le gustaba mucho. Estaba en el último año de bachillerato y era primera vez que se fijaban en ella. Con él accedió a muchas primeras veces a las que no estaba preparada. Lo que fuese necesario para no provocar la ira de cualquier muchacho que, por su culpa, pudiese convertirse en el hombre del ojo blanco. Todo varón podría ser su atacante.

Menos su padre. Tras el divorcio de papá y mamá, Alba había desarrollado un apego a la introspección, acrecentándose tras el encuentro con el tipo que la dejó estremecida y aislada. La culpa la tenían las películas de terror que la dejaban ver, decía su madre secundada por el psicoterapeuta, que explicaba lo impresionable que era la mente de las niñas a su edad. Su abuela le recomendaba que si seguía inventándose disparates se iba a quedar solterona. Su padre sí le creyó.

Alba se quitó las gafas y se secó las lágrimas.

Su padre movió cielo y tierra para encontrar al sujeto que le había hecho daño a su hija. Nunca contó con apoyo de las autoridades, que se lo tomaron a la ligera porque Alba no tenía marcas visibles. Su padre nunca descansó, dejándose literalmente la vida en ello. Con su partida, Alba perdió a la única persona que había amado. Su confidente. Su última línea de defensa.

Lo sintió a su lado ahora que venía lo peor.

Comenzaba a aburrirse del columpio mientras dos hilos de sudor bajaban desde su peluca roja, destiñendo el maquillaje blanco de su disfraz de Sally de Pesadilla antes de Navidad. Las otras niñas, vestidas todas de Anna o de Elsa, correteaban en el patio del kínder. Unas iban tras una pelota, mientras otras jugaban a perseguirse con pistolas de agua. Hacía muchísimo calor. Alba Marsh se acercó al borde del columpio para alcanzar la tierra y poder bajarse sola. Se miró la barriga. Tenía una sensación extraña, no de dolor, sino como si algo le faltaba. Una sombra se posó sobre ella y sintió un tirón en el pelo. Al levantar la cara, vio al hombre del ojo blanco. Este la cacheteó y le dijo: “eres una perra, Alma, y cuando seas vieja te mataré”.

Tercera parte

¿Alma?

¡Alma Ríobueno! La pelirroja de la clase.

Se había pasado cuarenta años huyendo de un tipo que no la buscaba a ella.

Abrió cuentas en todas las redes sociales para contactar a Alma. No hablaba con ella desde primaria, ni tenía a quién pedirle el número de teléfono. Sin apenas tiempo de pensar cuál sería su próximo paso, el teléfono le avisó que Alma había aceptado su solicitud de amistad. Saltándose formalidades, le dijo que tenía algo muy importante que decirle… pero retrocedió sobre sus palabras y, antes de darle enviar, disminuyó la intensidad del mensaje que acababa de escribir, porque sabía de sobra el efecto que causaba en terceros cuando hablaba con el corazón en la mano.

No podía preguntarle dónde vivía, mucho menos advertirle del hombre del ojo blanco. Así que cotilleó sus fotos hasta geolocalizarla. Tampoco había emigrado y vivía en su ciudad natal. Aunque no por mucho tiempo. Alba Marsh cogió el revólver y salió hacia la casa de Alma. Desestimó llamar a la policía. En el mejor caso, la ignorarían como a su padre; y, en el peor, la ficharían como principal sospechosa si no lograba llegar a tiempo.

La casa de Alma Ríobueno estaba emplazada al final de una calle ciega sobre el mirador de la ciudad, compartiendo vecindad con futbolistas y estrellas de televisión. Su único acceso estaba custodiado por una caseta de vigilancia privada. Alba preparó una excusa para que la dejasen pasar, pero, al llegar a la garita, vio a un sujeto inconsciente. Alguien se le había adelantado.

La puerta de la casa estaba entreabierta. Pasó al recibidor y sacó su revólver. Llamó a Alma, pero no le salió voz. Respiró profundo y lo volvió a intentar. El nombre reverberó sin respuesta. Alba llegó a la habitación principal y allí la encontró: inerte sobre la cama, con moretones y vetas de pintura blanca en el cuello. Al fondo, un aparato de televisión transmitía el noticiero. Antes de dar otro paso, miró a ambos lados hasta hallarlo. El hombre del ojo blanco yacía en el suelo con un puñal hundido en el pecho. Le tomó el pulso con una mano mientras lo apuntaba con la otra. Nada. Estaba más muerto que el pájaro dodo. Su primer instinto fue hurgar su billetera y descubrir su identidad, pero algo más singular atrapó su atención.

El individuo tenía la palma derecha llena de pintura blanca, la misma de su maquillaje de Sally, y llevaba puesto una especie de reloj con dos palancas, tres manivelas y teclas por cada número. Se lo quitó. Tras revisarlo, intuyó cómo programarlo para viajar dos horas al pasado. Con eso le bastaría para salvar a Alma.

Desde la tele, el presentador del telediario informaba sobre estadísticas de violencia doméstica en lo que iba de año. Antes de activar la máquina del tiempo, Alba Marsh supo que el viaje que estaba a punto de emprender no iba a ser el único.

Era solo el comienzo.

12 Comments

  1. Me gusto mucho el cuento. Tiene como todo, thriller, fantasía y ese suspenso dark descriptivo que me gusta. A+
    Me gusta como de desarrolla y evoluciona el personaje, de ser la víctima a ser la justiciera que intenta salvar a un inocente.

  2. Este cuento me lleva a reflexionar sobre cómo la obsesión puede manipularte. Alba pasa de vivir con el miedo a ser justiciera y sucumbir ante la emoción que le causa el vértigo y alimentar su propia ansiedad. El hecho de sentirse sola y, en cierta forma anhelando esa figura masculina protectora, la llevan a buscar una adrenalina que calme todo el terror interno. Buen relato. Felicitaciones.

    1. Jajajaja. ¡No sabes cuánto disfruté tu comentario!, Iván. En mi mente, este cuento podría ser el piloto de una serie de TV. Así que capaz que Alba Marsh se convierte en una nueva Hercule Poirot y escribo más casos para que ella los resuelva.

  3. Me encanto. Me agradan todos los pequeños detalles que tiene la historia. Y creo que hay una referencia de PJ en la historia! Genial!

  4. ¡Súper poderoso este cuento, Charles! Una manera brutal de abordar un tema tan perturbador como la violencia de género. Al comienzo no me atrapó, y creo que hay un par de líneas por ahí que no me cuadraron, pero cuando llegué a la descripción de Alba utilizando su máquina binaural, me transporté definitivamente. ¡Ahí es cuando la historia se dispara! ¡Bestial! Me recordó un poco a la eutanasia en Soylent Green. ¡Y el símil de la sutil ola que no hace espuma fue una exquisitez!

    Por otro lado, me alegra saber que María Pandemia está pegando en las radios de lo que calculo es el 2040 (?).

    Avísame cuando tengas otra máquina binaural de esas. ¡Voy pendiente!

    1. Raúl, gracias por enumerar los detalles que te gustaron. (Genial además que te haya recordado a Soylent Green). Según mis cálculos, el año es 2055, pero me alegra que te hayas detenido a echar números… y en todo caso sí que se trata del futuro, que es lo importante. Ahora, si tienes tiempo, por favor comenta también cuáles fueron las partes poco convincentes. Tu opinión siempre me es súper útil.

  5. A mi me encantó y es justo el tipo de relatos que esperaba de esta antología. Thriller, aventura y pequeños detalles de lo que puede sentirse esta experiencia.
    Pasarse por 40 años?
    Claro que sí!
    También me agradó ver que María Pandemia ha pegado en las radios de este “Charlesverse”.
    Lo que más disfruté fue el inicio e imaginar lo que fue la vida de tu protagonista esperando por 40 años el encuentro con el hombre del ojo blando. Le hubiera dado más cancha incluso.
    Me gustó full!
    Congrats!

  6. ¡Gran cuento nos regalas, Carlos! Se lee con gusto y con expectativa de “qué pasará” desde la primera línea. Me encantó el personaje de “El hombre del ojo blanco”, y el hecho de que no explicaras el porqué de solo tener un ojo ni que lo describieras con más detalle, causa mucha más intriga y estimula la imaginación.

    Me gustó el ritmo y la forma como abordas un trauma psicológico mezclado con ciencia ficción. En algún momento me recordó esta película “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” por el hecho de entrar a tu mente a ver de nuevo tus recuerdos. Me pareció fascinante. ¡Y bravo por ese guiño a la música de María Pandemia!

    Me gusta cómo la protagonista vive al límite, en un thriller personal, como seguramente podría vivir alguna víctima de violencia.
    Muy buen final! Voto por que continúes con una secuela!

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