A Geo, que le encantan estas historias.
1.
El viejo Áureo Azcona despertó sudado en medio de su salón de estar, rodeado por botellas vacías que no se iba a molestar en contar. Tenía la impresión de haber sido visitado en sueños por el inspector Jaime Luque, que aparecía luego de tres años para llevarlo a la misa de réquiem por Margarita.
Encendió el televisor. Era mediodía del segundo sábado de septiembre y Madrid se preparaba para celebrar la Noche en Blanco. Cambió de canal. Entrevistaban a Nadal ante su posible pase a la final del Abierto de Estados Unidos. Cambió. El avión se estrellaba contra la torre de aquel dichoso día. Cambió. El cuerpo de bomberos de Madrid buscaba pruebas tras el incendio del centro de exposiciones de Fundación Canal. Subió el volumen y dejó la voz de la periodista haciéndole compañía.
Se dirigió a la cocina. Sacó dos tomates, cuatro huevos y un ramo de cilantro de la nevera. Con la vista más acostumbrada a la luz, cogió su teléfono y revisó la app del clima. Casi treinta grados cortesía de la ola de calor que arropaba Madrid desde el verano. También vio doce notificaciones de llamadas perdidas.
Rompió los huevos en el borde de su única sartén y se puso a picar los tomates. Los pasó vuelta y vuelta por el fuego y emplató el revuelto junto a media barra de pan que comió sin prisas, ni ceremonias, con la certeza de que sería el único instante de paz del día.
Tomó de nuevo el teléfono y comprobó que todas las llamadas eran de Jaime. Por supuesto. A Margarita le encantaban estas casualidades, mientras más esotéricas, mejor. Pobre Margarita. Ni ella merecía acabar así.
“No tengo mucho tiempo”, dijo Jaime. “Necesito pedirte que por favor me ayudes… ayudes a proteger a la ciudad de los ataques diarios que viene sufriendo desde el lunes…”
Áureo Azcona se distrajo escuchando de nuevo aquella voz. ¿Cuántos años habían pasado desde la última conversación?, ¿dos?, ¿tres?
“…Si no te importa, te lo cuento en persona. Quince, veinte minutos a lo sumo, y te dejo en paz”.
“Va a ser peor si me niego, ¿no?”
“Estupendo, papá. Ábreme. Estoy afuera”.
2.
El inspector Jaime Luque lucía como una puta mierda, la verdad. Como si estos últimos tres años lo hubiesen arrollado. Casi aparentaba ser mayor que Áureo. Encima, vestido todo de negro y encorvado parecía un cura.
“El lunes en Matadero fue asesinado el director Nabbas Taghadi antes del cine foro que se llevaría a cabo en honor a su filmografía”.
Jaime sacó una carpeta de manila de su maletín y empezó a dejar caer fotocopias sobre la mesa del comedor. Una mostraba una bala de 7,62 mm. Otra era un closeup del iraní que a Áureo no le encantó ver con el estómago lleno.
“A la noche siguiente, el escritor Juan Felipe Gamboa fue asesinado a balazos en el Café Gijón. Firmaba su última novela y unos cuantos fans también llevaron tiros, aunque ninguno resultó letal”.
Áureo apagó la tele y se sirvió un trago. Se sentó para estudiar de cerca las fotocopias y preguntó sin alzar la vista. “Asumo que han revisado todas las grabaciones de cámaras, las compras de balas de francotirador…”
“Eso y más. Pero perdimos horas valiosas antes de caer en cuenta de que no eran crímenes aislados. A día de hoy han… hemos interrogado a todos los sospechosos y nada. Por eso te…”
“Lo sé. Venga, no te enrolles. Sigue con los detalles”.
“El miércoles fue peor. Varios testigos cuentan que vieron desangrarse a una mujer en cuestión de segundos frente al metro de Ópera y a plena luz del día. Era la antigua bailarina Maya Smirnova”.
“Están poniendo a parir a artistas inmigrantes”.
“No tan rápido. Que el del jueves fue contra un español”.
Jaime se detuvo en los portarretratos apoyados sobre la repisa de la sala. Tomó uno y le quitó el polvo. Lo volvió a colocar en su sitio. Regresó a su carpeta de manila y sacó una foto satelital del Retiro. “Anteayer detonó una bomba bajo el escenario del concierto de Makarra. Murió en el acto, junto a sus bailarinas y varios organizadores del Festival Verde. Y ayer, en el centro de exposiciones de la Fundación Canal”.
“Vi la noticia. La artista feminista que murió quemada con sus cuadros”.
“Eva California. Sí”.
“Según el telediario fue un accidente”.
“A los del telediario no les permitieron mostrar las imágenes que tengo aquí”.
“No nos distraigamos y repasemos los hechos. Tiene que haber un patrón”. Áureo revisó su reloj, tentado a mencionar que ya casi habían pasado quince minutos. Prosiguió: “Cinco ataques consecutivos en Madrid, todos a diario contra personas vinculadas a las Bellas Artes. De momento, descartemos xenofobia como móvil, ya que no todos son extranjeros. ¿Tienes información sobre sus inclinaciones políticas?”
“Mitad y mitad, más o menos”.
“Vale. Y van tres hombres y dos mujeres, por lo que vamos a descartar también la violencia de género. ¿De cuántos colores es la bandera gay?”
“Papá, no puedes sugerir eso”.
“Calla y no te ofendas por todo. Espera que lo miro en Google”.
“Seis”.
“Entonces nada. Centrémonos en mi primera corazonada. Quedan dos ataques: hoy contra algún escultor y mañana contra un arquitecto”.
“Espera. Yo también intuyo que cerrarán esta semana con sendos ataques en sábado y domingo, pero ¿en qué te basas para señalar ambos y en ese orden?”
“Pues aquí va la clase, chaval. ¿Alguna vez escuchaste aquello de que el cine es el séptimo arte? Pues adivina cuáles son las otras seis. En sentido inverso se han venido produciendo muertes que corresponden cada una a un arte:
- Cine.
- Literatura.
- Danza.
- Música.
- Pintura.
En dos pasos, Jaime se fue al recibidor, tomó las llaves del Opel Corsa y se las lanzó a Áureo. Le había cambiado la postura y el talante y ahora parecía más un perro cuando ve a su humano coger la cuerda de pasear.
“Esta es la parte en la que me pedirás ir a echar un vistazo en Plaza Castilla o alguna otra escena del crimen. Sabes que no…”
“Estaba pensando en que vayamos a hablar con mamá”.
3.
Tuvieron que tomar un par de desvíos para salir de la ciudad, pues muchas de las calles estaban cerradas al tráfico. Mandaban cojones los del ayuntamiento por no cancelar la programación de la Noche en Blanco, pero no tanto como los de Jaime, que no contento con haberle robado a Margarita, ahora lo manipulaba para ir a hablar nada más y nada menos que con María Luisa Luque.
“En verdad no tienes que hablar con ella. Ni verla”, decía Jaime con poco convencimiento. “El refugio está petado de artistas a quienes puedes interrogar. Yo solo quiero asegurarme que ella está bien”.
“¡Maldita sea, Jaime!”, explotó Áureo. “Ella nunca se preocupó por ti, por nosotros. Nos abandonó cuando eras un bebé”.
Continuaron el viaje en silencio.
Casi una hora después llegaron a El Álamo, en la frontera con Castilla-La Mancha, donde el Ejército había desplegado un campamento refugio para todos los artistas madrileños a petición de La Moncloa, ya que la economía del país no podía permitirse ni un atentado más. Las instalaciones estaban rodeadas por un paisaje árido con un polígono industrial como telón de fondo. Su única vía de acceso era una larga vía recta con un canal de ida y otro de vuelta.
Faltando un kilómetro llegaron hasta la primera alcabala y dos soldados salieron a recibirlos. Jaime les pidió que radiasen al teniente García, uno de los responsables del campamento que, por casualidad, había estudiado en el instituto con Jaime, y que por cortesía les emitió sendos salvoconductos con los que pudieron acceder a las instalaciones militares.
Entonces apareció María Luisa entre las tiendas de campaña y caminó a recibir a su hijo. Él hizo lo mismo, dejando al padre atrás. Si a Jaime los años le habían pasado por encima, a la madre la habían triturado. Los pigmentos habían abandonado su piel, que ahora colgaba de sus huesos, y la mirada perdida delataba que sus neuronas estaban en peligro de extinción. Ella no tenía idea de quién era el señor que acompañaba a su hijo.
Mientras Jaime conversaba con ella sobre la hipótesis de las bellas artes, Áureo se esforzó por reconocerla con la María Luisa de sus recuerdos y volvió a prestar atención tras intuir, conociéndola, que el jersey que vestía en plena ola de calor ocultaba los pinchazos en sus brazos.
“Es una obra de sangre, fuego y muerte… bajo el sol y bajo la luna”, dijo como en cámara lenta.
“Crímenes místicos”, añadió Áureo con sorna.
“Que siguen un patrón”, afirmó Jaime con un guiño de ojo hacia su padre.
María Luisa los tomó de las manos y les dijo: “No. Lo que quieren es cerrar un círculo”.
Les pidió que aguardasen un minuto mientras iba a su tienda a por un libro. En ese momento, varios soldados corrieron hacia la carpa más grande y Jaime se fue tras ellos para averiguar qué pasaba. Imágenes en la televisión mostraban una explosión en la Plaza Mayor.
María Luisa regresó con un libro de arte en cuyo lomo lucía una pegatina del sistema de clasificación decimal Dewey. Obviamente robado de una biblioteca.
“Fijaos en los círculos de colores. Igual sois capaces de encontrar pistas”.
“Pues, mira, María Luisa. Te compro la idea”.
Al oír este verbo, la mujer extendió su mano en claro gesto limosnero.
Vaya día. Primero había aparecido el hijo roba-novias y ahora la junkie-abandona-niños, pero no había señales de que fuese a aparecer el mata-artistas. Áureo sacó todo el efectivo que llevaba en su billetera y se lo dio a María Luisa.
“Venga, date un gustito”.
“Te amo, cari”.
“Sí, lo que tú digas, cookie”.
4.
De camino al parking donde habían dejado al Opel Corsa, Áureo le preguntó a Jaime por qué no había reportado nada de lo averiguado. No lo había visto comentarle nada a García y desde luego ya estaba tardando en llamar a su oficial al mando.
“O las cosas han cambiado demasiado, o hay algo más que no me has contado”.
Jaime se sentó de copiloto y esperó que su padre estuviese tras el volante y enrumbara el coche hacia la nueva escena del crimen. Habló sin quitar la vista de la carretera.
“Hace poco menos de dos años me despidieron del cuerpo”.
Áureo sintió que la sangre le sobrecalentaba la espalda y el cuello. Barajeó mentalmente docenas de preguntas antes de elegir una.
“Y eso no es lo peor, ¿cierto?
“Me quitaron la licencia y me emitieron una orden de alejamiento. No se me dio bien estar sin curro”.
El último rastro de culpabilidad que le quedaba a Áureo por no haber levantado el teléfono en años desapareció para dar lugar a su otrora habitual furia. Se vio a sí mismo golpear el volante, pero se tranquilizó y optó por domarla. Tenían tres años sin hablar, pero también sin discutir. Buscó la petaca guardada bajo el asiento y se bajó el contenido de un trago. En la nuca sintió la mirada desaprensiva de Jaime, quien también hacía su esfuerzo por ahorrarse reproches.
“Pues nada. A currar. Tira de tu app satelital y marca las distancias entre todos los sucesos. Intentemos fijar un radio de acción dentro del cual anticipar dónde será el atentado de mañana”.
Así lo dejó, trabajando en el mapa, cuando aparcó el Corsa en las entrañas de la Plaza Mayor, cerrado al público y al que pudo acceder tras ser reconocido por uno de los agentes que custodiaban la entrada al parking subterráneo.
Después de los hombre, coño, tanto tiempo de rigor, Áureo avanzó por los arcos de la plaza hacia el módulo policial dirigido por el capitán Arias Montano, pero se detuvo tras ver que le hacía señas detrás del cristal del único restaurante que permanecía abierto. Arias Montano pidió un carajillo y un bocata de calamares para el “detective estrella”.
“Tienes que ver esto, Azcona. Es la polla”, dijo mostrándole un vídeo capturado por las cámaras de seguridad. La pantallita reproducía el momento en que una estatua humana con forma de cabra explotaba como fuego artificial y lo que quedaba de las coloridas tiras del atuendo caía cual confeti por doquier. “Dame tu número y te lo mando por wasa”.
“¿Conocen la identidad del pobre diablo?, o ¿diabla?”
“Era un tío, chaval. Pero no voló. El muy jodío puso una bomba dentro de la cabra de mierda esa y resulta que no era la típica estatua humana, sino un autómata”.
Aúreo ató cabos en voz alta:
“Lo pillaron las cámaras”.
“Joooder, que si lo pillaron. Aquí lo tenemos detenido”, dijo antes de meterle diente a lo que quedaba de su bocadillo. “Es miembro de un colectivo. Uno de esos que escriben todo con k”, pero ninguno ha hablado”.
“Dadme un par de cables y la batería de un Seat. Veréis lo rápido que canta”.
“No hombre, Azcona. No puedes sugerir eso. Se nos termina de caer el pelo”.
Ambos terminaron de comer y se apuraron los carajillos. Áureo le pidió otros dos más de cada al camarero y ofreció invitar esa ronda. Fue al grano:
“Hoy estoy aquí por Jaime. Él tiene mucha información que compartir con vosotros…”
A Arias Montano se le opacó la cara.
“…y sigue un método moderno, distinto al que a tíos como tú y yo conocemos y que cada vez nos dejan usar menos”.
“¡Déjate de rollos, Azcona! Si tienes información suéltala. Que no tengo todo el día”.
“Prefiero que sea Jaime quien te la diga”.
“Fíjate, amigo. Yo prefiero que no”.
El capitán se tomó el carajillo y accedió. Al minuto apareció Jaime Luque y le contó todo, hasta su recomendación del perímetro de seguridad para el domingo.
“Bravo, tío. Gracias. No se nos había ocurrido revisar los edificios”. Arias Montano se llevó el radio a la cara y ordenó a cuatro agentes que se presentasen en el restaurante. “Llevaos a este por violarse la orden de alejamiento; y ustedes dos”, remató mirando fijamente a Áureo, “escoltad a mi amigo a su coche”.
Uno de los policías intentó sujetar a Áureo por el brazo, pero el viejo se sacudió y le estrelló cuatro nudillos en la cara.
“El próximo que me ponga un dedo encima se come este bocata como supositorio”.
Jaime volvió a mirar a su padre con expresión de reproche.
“Por favor, no pierdas tiempo conmigo y sigue con la investigación, que yo haré mi parte desde dentro. Es hasta mejor así, ¿sabes? Si me entero de algo te contacto con la llamada comodín”.
Jaime le entregó las llaves del coche y se prestó a que los agentes le pusieran las esposas. Pero antes, se detuvo y con un gesto de la mano les pidió un último segundo.
“Margarita y yo nunca fuimos pareja. Ella le tenía un miedo brutal a tus brotes de Hulk. Temía que la hirieras. Igual que mamá”.
Entonces se entregó, pero ninguno de los policías quiso esposarlo. Solo caminaron junto a él.
5.
Sentado tras el volante, Áureo supo que no tenía idea del próximo sitio al que ir. Además, que sería una imprudencia conducir con la castaña que llevaba encima. Esperó que se fueran los policías y se alejó del parking caminando por la Cava de San Miguel al lado de los bares turísticos. Entró en uno cualquiera, se sentó en la barra y pidió un café. Repasó el mapa y contrastó las anotaciones de Jaime con los círculos de colores del libro de María Luisa. Se fijó en el más sencillo, de un tal Goethe. Solo seis colores para seis crímenes. Tres primarios y tres secundarios. Trató de asignar uno para cada muerto.
Primero probó con las líneas de transporte público, porque desde la perspectiva de un asesino, tenía sentido desplazarse de manera anónima en metro o bus. Pero no logró encajar todas las piezas. Solo coincidían las estaciones de Ópera, Plaza Castilla y Legazpi, con el rojo, morado y amarillo respectivamente. Los apuntó a un margen. Se le ocurrió entonces relacionar cada escenario al color que saltaba más a la vista. Por ejemplo, el Retiro era verde, y la Plaza Mayor toda anaranjada. Con esa idea, marcó los colores en el mapa y trazó una línea que dividía los seis colores en dos pares, cálidos y fríos.
Sintió un escalofrío. Los crímenes “cálidos” habían sido cometidos de día, como el naranja de la Plaza mayor; mientras que los “fríos” de noche, como el concierto en Retiro. Y la diferencia entre los días se correspondía con los tonos de separación entre un color y otro.
Con esta llave asignó el resto.
Pintó a Matadero con el amarillo de la estación de Legazpi, al igual que a Ópera de rojo y Plaza Castilla de morado. La solución, aunque híbrida, parecía convincente. Solo quedaba atar el cabo azul con el Café Gijón. Nada en los alrededores respondía a ese color. Buscó la noticia en internet y se enteró que la obra que presentaba Juan Felipe Gamboa se llamaba No me olvides.
Cerró los ojos y suspiró.
Margarita odiaba que le regalaran las flores con las que compartía nombre. Además de por lo obvio, argumentaba que la inocencia que simbolizaban las margaritas no se correspondía con su carácter. Su flor favorita y que le encantaba que le regalaran era, y mira que se lo ponía fácil a este cabeza de chorlito, la nomeolvides.
Era imposible olvidarla. Su dulzura, su acento latinoamericano, su muerte. Jaime estaba resolviendo un caso fuera de la ciudad y ella llamó a Áureo. Un tío muy raro la había estado siguiendo y tenía un mal presentimiento. Él le colgó el teléfono y esa fue la última vez que escuchó su voz.
Pidió una copa de lo que tuvieran a mano y se la tomó íntegra. Nomeolvides. La flor tan azul como la madre que los parió a todos.
Áureo cerró el círculo. Pero sentía, sabía, que quedaba un crimen. Uno final contra la arquitectura. Si la respuesta estaba en un color, tenía que encontrarlo de otra manera. Salió del bar y entró en el bazar chino de al lado. Compró rotuladores y papel y ahí mismo sobre el mostrador pintó unos sobre otros. Sumándolos hasta conseguir una mancha oscura.
El luto.
Iban a teñir a Madrid de negro.
6.
Jaime estaba sentado en la parte trasera del camión policial frente a frente con el sospechoso de Plaza Mayor y no tenía manera de saber si este les habría dado información a los agentes que lo habían interrogado. Su única certeza era que ambos estaban siendo conducidos a una dirección confidencial como protocolo antiterrorista. De ahí no saldría pronto ni con el mejor de los abogados. Y el tiempo avanzaba en su contra.
“Sabes que os vengo pisando los talones desde el lunes”, le dijo al sujeto.
“Poli de paisano me lo paso por el ano”.
“¡Vaya rima de campeonato! ¿Me dejas probar?”
El detenido ni se molestó en responder. Jaime siguió:
“Habla ahora y vive. O calla y muere. Es así de sencillo”.
“Eso no pega ni ná”.
Jaime se lanzó sobre él, regalándole un izquierdazo en la mandíbula y unos cuantos golpes más de esos que están prohibidos en el boxeo.
“Os vamos a encontrar a todos”.
“…lo que digas, campeón. Pero no antes de que amanezca y nos coronemos en la tele”.
Al llegar a la locación secreta, bajaron a Jaime del camión y esta vez sí que lo esposaron y lo arrojaron en una celda.
A la par, Áureo Azcona llamaba al arquitecto y profesor Codes Jardí, quien justo merendaba en un café de la Costanilla de los Ángeles. Quedaron en verse en tres minutos y Áureo se fue a su encuentro a paso apurado.
El profesor repasaba mentalmente los edificios o estudios de arquitectura que pudiesen estar asociados al color negro cuando sonó el móvil de Áureo. Era Jaime. Le contó lo ocurrido. Había convencido a un agente de seguir la pista a todas las cadenas que habían transmitido los seis crímenes y descubrieron que TeleKVY había dado todas las primicias.
“Ahora mismo va un comando hacia el canal para recoger testimonios”.
Codes Jardí terminó infructuosamente su repaso mental y al escuchar la nueva pista de la estación de TV advirtió que no necesariamente se concentrara en el negro.
“Sin ánimos de obstaculizar la investigación, el modelo de síntesis aditiva del color da otro resultado”.
“Por favor, Codes, háblame en castellano”.
“La señal de televisión parte de la luz roja, verde y azul para producir el resto de colores. Si los sumas todos da blanco”.
Como la Noche en Blanco.
7.
Áureo consiguió en el mostrador un folleto promocional. Buscó la agenda de eventos y marcó los puntos en su mapa. Entonces saltó a su vista el más obvio de todos. Estaba en el centro del perímetro y en plena ruta de la Noche en Blanco. El Círculo de Bellas Artes.
Por si fuera poco, acogería una exposición especial hasta la madrugada del domingo. Áureo corrió de vuelta a Plaza Mayor tan rápido como su edad se lo permitió y se reunió con Arias Montano en la carpa policial.
“¡Jaime es pieza clave para evitar, ya no un asesinato, sino un atentado terrorista! Te exijo que lo restituyas al cuerpo y lo hagas parte activa de la investigación”.
Arias Montano no quedó muy convencido y Áureo quiso matarlo con sus propias manos.
“Vale. Me obligas a irme de cañas con mis amigos periodistas. Estarán encantados de reportar cómo pudiste y no te dio la gana de evitar una tragedia nacional”.
Arias quedó inmóvil mientras recreó distintos escenarios futuros. Levantó el teléfono y ladró algunas órdenes. Sí, que liberasen a Luque. No, no tenía poder para contratarlo. Sí, daba su autorización para que Luque colaborase como civil… Luego le pasó el auricular a Áureo. Al otro lado de la línea hablaba Jaime.
“Papá, gracias. ¿Te veo en TeleKVY?”
“No. Ni en el Círculo. Necesito hacer algo más antes que acabe este día”.
“¿Vas a la misa de Margarita?”
Áureo no encontró motivos para no mentirle.
“Sí, hijo. Hablamos más tarde. Cuídate”.
Epílogo
En El Álamo, Áureo encontró a María Luisa inconsciente con una jeringuilla y un torniquete decorándole el brazo. Pidió una ambulancia y esperó a su lado mientras los paramédicos la reanimaban. Ya consciente y a propósito para que lo escuchase, llamó a un centro de desintoxicación.
“Te odio, cari”.
“Lo que digas, cookie”.
Este estilo narrativo me encanta, el tipo de historia me parece fascinante… espero que haya un numéro 8, 9, 10…
Bien interesante…lo imaginé en una serie y lo vi ganador…
Quedé con ganas de seguir leyendo
Muy bueno
Muy bueno, te atrapa desde la parte 1, y desde la 2 no te puedes despegar hasta terminarlo!
Excelente, lo leí en una sentada y no lo podía soltar. Felicidades!
Esta historia está hecha para el cine, Mr. Charles. Te quedó bien redondo el círculo.
¡Disfruté mucho leerlo! Como te contaba, me gustó que aunque la temática de la investigación policiaca (o extra-policiaca) es relevante, no es la temática central de la historia, pues el protagonismo se lo llevan los conflictos entre los personajes. El drama familiar tan profundamente enredado que se vislumbra a través de los sutiles trazos que nos regalas. Me gustan mucho tus frases iniciales, te llevan al tema de golpe. Aunque con los primeros párrafos me costó algo engancharme, ya después corrí con la adrenalina de querer resolver el acertijo y completar el círculo.
Me recordó a la película “Seven” donde los pecados capitales son la clave que unen todos los crímenes. Me llamó la atención como al igual que tu cuento anterior aparece un momento de “zapping”, quizá algo de tu sello personal. Bravo por animarte a hacer un “teaser” para promocionarlo, ¡lo llevas a otro nivel!
¿Oye y esas fotos tan acertadas las tomaste tú? ¡Si es así, vaya producción! ¡Queremos seguirte leyendo, Carlos!