Había una vez
...muchas maneras de echar tu cuento
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¿Sangre o tocineta? La inmortalidad y un día.

Por Glen Ariza
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El polvo se iba disipando y este hombre sentía un profundo dolor en el pecho. ¿Cómo era posible que estuviera vivo después de tener una estaca clavada en el corazón? Él estaba dentro de un ataúd, resultaba casi imposible moverse. Intentó con todas sus fuerzas sacarse la estaca. A la tercera, lo logró. Su piel cambió de color y sus ojos se llenaron de vida.

Su corazón latía con rasgos de emoción y, con cada palpitar, una energía inusual inundaba su cuerpo. Rayos de sol entraban por una ventana rota. Dubitativo, se acercó a la luz. Con miedo, puso su mano debajo de los haces. El calor lo invitó a poner el brazo y luego su rostro. Miró hacia arriba y cerró los ojos. Una lágrima rebelde escapó y bajó por su mejilla. Tenía muchas ganas de salir.

Abrió la puerta y dio un paso decidido al exterior. Vívidos colores y un olfato superdotado hacían de cada paso una experiencia diferente. Las flores, el pasto, la humedad. Por primera vez en años, el cuerpo de otros no le despertaba el apetito. Las mujeres lo miraban, aunque eso no era nuevo para él.

El olor del café lo llevó a un lugar para desayunar. Ordenó el menú completo. Nunca había probado unos huevos fritos con tocineta, un sándwich con queso derretido, un cappuccino. No podía parar de comer.

Minutos después tuvo la necesidad de ir al baño, había olvidado lo placentero que era liberar los esfínteres.

Se vio al espejo mientras lavaba sus manos. Celebró con la mirada las incipientes canas en su cabello. No dejaba de observar el reflejo de su rostro.

De pronto, un olor fétido impregnó el lugar. Era como carne en proceso de descomposición. Abrió su camisa. La piel que bordeaba su corazón estaba podrida y tuvo que arrancársela de tajo.

Pasó todo el día caminando, dejándose llevar por sus cinco sentidos repotenciados. Cansado, se sentó en el banco de un parque. La putrefacción ya estaba en sus brazos, en sus piernas. Subía lentamente por su cuello, hacia su rostro.

El sol comenzaba a descender en el horizonte, mientras se reflejaba en el lago. Los colores del atardecer eran lo más hermoso que había visto en años.

Sólo un poco de sangre humana sería suficiente para revertir el proceso, pero él prefirió quedarse ahí, contemplando el ocaso.

El sol se hundía en el horizonte, los grandes colmillos acompañaban a una enorme sonrisa. Drácula suspiró por última vez.

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