Sé que debo calmarme, la ansiedad afecta mi sistema inmunitario. Pero los amaneceres y atardeceres siguen acumulándose frente a mi ventana, mientras mi realidad se desmorona. Ya sé, no debo de estarlo tocando, mucho menos dándole besos. Me he arrancado tantos cabellos, he dejado de contar las horas, las caricias, las llamadas, las cifras que se multiplican como larvas. Él es una cifra, una de esas que no aparecen en las noticias, otra estadística inexistente. ¿Y qué me queda? El hielo ya no es suficiente, la espera me carcome, no sé cuánto tiempo más les tomará venir por él. Y, mientras tanto, este olor se ha apoderado de la casa y de mi cordura, como un grito que señala mi propio destino. ¿Qué puedo perder? ¿Qué puede salir ya bien o mal?
Todo. Respiro hondo.
El café ya no me hace efecto. La luz de la aurora susurra el tedio de otra noche más sin dormir. ¿En qué momento se fue todo al carajo? Hacía poco estaba yendo a trabajar como siempre y, de pronto, el humo de la incertidumbre lo cubrió todo, sin distinción. De un día a otro todos nos volteamos a ver con desconfianza, una nunca antes sentida: esa que se mueve por el instinto de supervivencia. La amenaza es invisible, cualquiera puede ser portador e ir por la vida esparciendo muerte sin saberlo, por solo tocar un barandal o toser en una fila. No hay llagas, ni ámpulas llamativas, la enfermedad es discreta, recordándonos que el terror más poderoso es el que habita en nuestras mentes. “Quédate en casa”, dicen. Así lo hicimos, pero a pesar de las precauciones, la plaga logró escabullirse a través de la puerta, instalándose en sus pulmones hasta arrebatarle el aire. Con esa última exhalación también se fue todo lo que alguna vez yo había llamado “familia”.
Los pájaros están comenzando su ritual allá afuera, parece que también gritan algo que no logro entender. Quizá se burlan de nosotros. Y tendrían razón. Ellos siguen su vida como siempre, fluyendo al ritmo de la tierra, ese ritmo que el tráfico y la televisión ya no nos dejaban escuchar. Quizá se ríen de nuestra estupidez, de cómo nos pusimos cuando nuestro mundo se detuvo por completo. Fue como meter de pronto el freno de mano y parar en seco la carrera desorbitada en la que vivía la humanidad. Está bien. Igual ya no teníamos idea de hacia dónde íbamos, ni por qué teníamos tanta prisa por llegar. Las circunstancias nos forzaron a no salir, a vivir solo con lo indispensable: Netflix, Zoom, WhatsApp, Instagram, Facebook, TikTok. Artículos de primera necesidad. Las apps han sido el placebo ante el verdadero peligro que nos asecha: quedarnos en silencio y… ¡mirar dentro de nosotros! ¡Imagínate! Por breves momentos, un par de memes me llevan a olvidar mi suerte, mientras las aves continúan sus rituales matutinos y yo los míos.
Le vacío encima mi última bolsa de hielos. Llamo de nuevo a todas las funerarias que aparecen en Google, Cruz Verde, servicios de emergencia, todos están rebasados, “ya está programado en su ruta”, dicen. ¡Dios! ¿Cuánto tiempo llevan diciendo lo mismo? ¿Qué más puedo hacer si la muerte está al alza? Si tuviera un jardín yo misma lo enterraba. Una alternativa comienza a dibujarse en mi mente, mientras continúo como autómata revisando noticias y redes.
De entre las gráficas que se intensifican cada día, sobresalen en la pantalla unas palabras: “2020: El año de la encrucijada”. Según el texto, el antiguo oráculo de la tradición china había predicho a este año como ese en el que las circunstancias nos llevarían a un cruce de caminos. Un cruce en el que ya no tendrá cabida la indefinición, la duda, un momento en el que ya no nos será posible continuar por inercia, pues las fuerzas del universo nos orillarán a ejercer nuestra capacidad de decidir. Decidir en cuál camino vamos a querer seguir. Y será en ese momento donde nos pondremos a prueba a nosotros mismos de forma individual, y también como humanidad, para dejar atrás las apariencias y descubrir si somos capaces de elegir con firmeza el sendero de nuestra más profunda autenticidad. “El momento propicio ha llegado, no es posible postergarlo”.
Vaya, pues. Esos chinos nos dan el problema y también quieren darnos la solución.
Sea como sea, esta simple cadena de WhatsApp no me deja indiferente. También recuerdo que debo tratar de comer, aunque el hambre escasea casi tanto como el alimento. Mientras abro una lata de atún, la encrucijada resuena en mí. Ese oráculo no parece tan descabellado. Después de todo, ¿qué ha sido esta cuarentena sino un alto de golpe en el camino, una oportunidad para cuestionar el rumbo y quizá caer en cuenta que había mucho sin sentido en él? Rumbos personales, rumbos familiares, rumbos colectivos. Y, poco a poco, con el espacio que brinda la calma, vislumbrar cómo surgen nuevos caminos frente a nosotros, unos que quizá antes hubiéramos pasado de largo en nuestro frenético andar.
De pronto, la página en mi teléfono ya no carga, ¿qué pasa? Actualizar, actualizar. Nada. La laptop está igual. ¿Habrá sucedido? Sí, le cortaron el wifi al vecino. El horror. Comienzo a sentir una especie de síndrome de abstinencia. ¿Cuánto tiempo puedo permanecer así? Desconectada.
Intento no darle tanta importancia y continuar comiendo.
¿A quién quiero engañar? Me estoy haciendo tonta con este atún. El olor ya es insoportable, es imposible comer aquí. Guardo el alimento en un tupper a la vez que me pregunto: ¿con qué más me estaré haciendo tonta? ¿Con la idea de que hoy sí se lo llevarán? ¿De que cuando todo esto acabe volveré a la rutina de siempre y esperaré el fin de semana para poder hacer una parrillada en la azotea? ¿Realmente eso es lo que me ilusiona, la “normalidad” a la que ansío volver?
Cuando los servicios funerarios se lo lleven nunca volveré a verlo, lo echarán en una fosa común. La sensatez comienza a bifurcarse, como los senderos que contaba Borges. Quizá mi desconexión de las apps esté favoreciendo otro tipo de conexión. Una en la que no se necesitan señal, ni megabytes. Quizá esté sucediendo, ¿estaré comenzando a escuchar el eco de mi propia encrucijada? “Para salir de ella hay que actuar con firmeza, sin temor a equivocarse”. Cada minuto que permanezco en este departamento me infecto más de esta plaga que también terminará conmigo. No sé cómo sucede, pero con el caer de la noche, de pronto el momento propicio llega a mí, me sacude, me pone de pie, calla mis inquietudes, coloca latas y tapabocas en una mochila, lo envuelve a él en cobijas y lo arrastra hasta el elevador. Al cerrarse las puertas frente a mí, caigo en cuenta de que este camino no tiene vuelta atrás.
Es por amor que escarbo la tierra, con las manos, con cubetas, con lo que sea. No sé cuanto tiempo llevo haciéndolo, estoy segura que los vigilantes ya me han visto, mi desesperación les habrá dado lástima. La noche avanza acompañando mi dolor. La tierra comienza a tapar su cuerpo y, al llegar a su rostro, los recuerdos me asaltan: cuando me enseñó a distinguir la llave fría de la caliente, su enorme pie que a veces era mi mecedora, mis primeras clases de baile en medio de la sala. Imágenes que nadie puede enterrar. Le lanzo un último beso y me encargo de disimular la fosa con tiras de pasto. Por fin.
Respiro hondo.
Al menos pude despedirme, y sé que mi padre estará mejor aquí, junto a la Facultad donde dio clases por años.
Conduzco por estas calles que parecen de ficción. No sé a donde ir, da igual, soy portadora, no sé cuanto tiempo más seguiré aquí. Sólo sé que antes de regresar a la tierra quisiera volver a sentirla, aunque sea por un instante ondear a su ritmo fresco, ese que me gritaban los pájaros, antes de que mi vida también se apague. Dejo atrás la ciudad, me dirijo hacia el este, siguiendo la ruta del amanecer. No sé cómo logro tragarme cada uno de mis miedos, sabiéndome sola, y, a la vez, libre de lazos que me aten a este pasado que colapsa.
“Se trata de un camino propio, uno que solo a ti te toca cultivar, el cual no va a estar libre de desafíos y peligros.” Recuerdo esta frase cuando, tras varias horas de viaje, un grupo de hambrientos me despoja del coche y de lo poco que llevaba de valor.
Chingada madre.
¿Y ahora qué? Solo somos mi cuerpo, mi ropa y este horrendo tapabocas que la policía nos obliga a usar. No me deja respirar bien. En medio de esta carretera nadie verá si lo llevo o no. Me libero de él, disfrutando, más aún… celebrando, el delicioso aire entrar y salir por mi nariz, esperando que (por favor) continúe una siguiente inhalación. Nunca pensé que algo tan básico como poder respirar sería mi razón para continuar adelante. Un milagro que sucede en mí y que nunca antes había visto: la posibilidad de seguir eligiendo.
Continúo caminando, sorteando cada una de las desventuras que se me imponen. He aprendido a lidiar con la incertidumbre, creo que en tiempos de pandemia todos hemos tenido que hacerlo, cada uno a su manera. La ruta pareciera incierta, pero el sol y un impulso desconocido son mis guías. Tras un trayecto vasto en altibajos, surge frente a mí la costa. Contemplo esta última frontera, el horizonte, como si realmente el mundo terminara en ese borde del cielo.
Solo al sentir el agua en mis pies, al vibrar a la par de la brisa, me doy cuenta: he acudido a una cita con mi propia naturaleza. Cada golpear de las olas va sanando mis heridas, haciéndome entender que ante el cruce de caminos, he optado por redefinir lo que en las noticias llaman “actividades esenciales”. Me sumerjo en esta fuente, floto a la luz de mi guía, observando el vuelo de estas aves, que, como las urbanas, tampoco se equivocan. Entonces me pregunto, ¿cómo pude permanecer tanto tiempo así?
Desconectada.
Una dolorosa enseñanza presentada de forma literaria por una magnífica escritora mexicana… quisiera que fuera más alegre, más lleno de amor… pero sí esta lleno de esperanza y aprendizaje
¡Gracias! Me alegra que lo hayas disfrutado. Sí, es algo crudo lo sé, pero qué bueno que queda un sabor de esperanza hacia el final. ¡Gracias por animarte a leer!
Mónica, te aplaudo criticar la manera como gobiernos y medios del mundo entero han tratado a los fallecidos como cifras. Es más, cuando quedó propuesto este tema, imaginé que alguno de nosotros lo abordaría. Es uno de los aspectos que más me ha perturbado de esta pandemia y me parece bonito (y acertado) el reconocimiento de que, detrás de cada número, hay una familia rota. Por lo tanto, haber apoyado tu cuento en esta realidad le dio mucho realismo e inmediatez, a la par de un carácter universal por contarnos con imaginación, sensibilidad y creatividad ese proceso proceso interno de duelo que vive la narradora: no solo sufre la pérdida, sino la logística que le supone despedir al ser querido en esta “nueva normalidad”.
Ahora, (SPOILER ALERT) el detalle de que se tratase del padre y no de su pareja me sorprendió. Me pareció ingeniosa la manera como la narración me llevó a pensar una cosa, cuando perfectamente cabía la otra posibilidad.
Como aspecto mejorable, te propongo revisar el uso de gerundios porque siento que hay muchos y que ralentizan la acción.
En resumen, celebro la empatía con la que fue escrita tu cuento. Hay mucho drama, pero no es una tragedia, y el tono está muy equilibrado. Se siente muy real y uno conecta con la narradora, con su proceso de duelo y las acciones que toma. Me gustó mucho.
Carlos, siempre se agradecen tus palabras y el tiempo que te tomas para fotografiar el “alma” de nuestros relatos. Sí, es impresionante todo lo que hay detrás de una cifra de fallecidos en los medios. Creo que me inspiró un poco un video que se hizo viral sobre un actor italiano que tenía a su hermana fallecida en la cama sin poderla llevar a ningún lado. Y también varias de esas ansiedades las viví yo misma, aunque sin el detalle del familiar finado, afortunadamente. Creo que todos podemos identificarnos con esta ansiedad e incertidumbre que nos ha regalado este suceso mundial. ¡Gracias por tus comentarios!
MARAVILLOSO! Gracias.
¡Qué bueno que lo disfrutaste! Ojalá nos sigas leyendo en Bandapalabra. =)
Me hizo entrar en la desesperación del relato, saber que debía convivir con todo eso, además del miedo. Muy ingenioso.
Gracias, Will! Creo que yo misma estaba algo desesperada y con miedo cuando lo escribí, jeje. Hay que aprovechar esa materia prima emocional que nos llega y poder transformarla para compartirla y pueda ser útil a otros. ¡Un abrazo!
Carnala monique 🙂 te admiro.
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Recuerdo mi ayer
Queriendo entrar al mañana
Mientras lucho con mis sombras
Para no lastimar mi ahora
Pensándote sin añorarte
Amándote sin amarrarte
Abrazándote infinito
Mientras vivimos muriendo en este mundo
¡Yo también te admiro, querida carnala! Es una inspiración ver como alguien saca sus demonios y los plasma en una obra, y tú me has regalado eso. Gracias también por regalarlos tu poesía. ¡Ojalá nos sigas leyendo!
Monica, que buen cuento!
Gracias por venir!
Gracias infinitas a ti, querido Caque, por invitarme a este festín de creación libre y sin tapujos. Es como un parque de diversiones y una casa de torturas a la vez, pero lo amamos!!
Realmente, me transportaste a varios sitios. Por mucho, este relato nos hace sentir y reflexionar los momentos que tantos están viviendo, quizá más intensamente que los mismos videos reales. Fue muy humano, muy real, y con una enseñanza muy valiosa.
No soy escritora por lo que mi punto de vista no puede ser crítico en cuanto a técnicas o modelos que pudiste utilizar, pero lo que sí puedo comentarte es que te hace absolutamente entender la realidad actual, puede parecer triste o muy trágica de repente dentro del cuento pero tiene un final muy bueno, cumple el objetivo que creo quieres transmitir y es que vivíamos en una buena vida aparentemente, pero tan ciegos de lo que ocurría y sucedía a nuestro alrededor que hoy que nos obligaron a detenernos y aburrirnos de algún modo, nos hemos ocupado de ver lo que realmente importa, de la necesidad que hay en el mundo de nosotros los seres humanos y del valor tan grande que puede tener el respirar y mojar nuestros pies en un majestuoso mar y que llevábamos años dando por sentado que era algo cotidiano y no un privilegio
¡Gracias Stephania! Me ha dado mucho gusto leerte y saber que te haya hecho reflexionar tanto el cuento. Y qué maravilla que más allá del tono trágico del relato, se haya podido transmitir esta visión de rescatar lo verdaderamente valioso que nos rodea y que siempre había estado ahí. ¡Gracias querida por animarte a leer hasta el final y a dejarnos tu comentario! ¡Ojalá nos puedas seguir leyendo!
Me encanta saber que te haya transmitido tanto, y que hayas encontrado enseñanzas en él. Lo escribí con mucho corazón, y creo que por eso se nota mi intensidad. jaja! ¡Sigue leyendo las creaciones de Bandapalabra!