Había una vez
...muchas maneras de echar tu cuento
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Consanguinidad

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Los cuentos familiares se pasan de generación en generación y dejan secuelas. A veces hasta en las orejas de quienes los escuchan.

Dice mi papá que su bisabuelo murió odiando a la mujer que lo trajo al mundo. O al menos, eso le contaron.

Antes de ser arrestado por hacer actos ilícitos en la época de la revolución, mi tatarabuelo siempre fue un amante de lo ajeno desde niño. Su madre nunca hizo el intento de alzarle la voz y, mucho menos, de corregirlo cada vez que llevaba a la casa una nueva gallina o un par de litros de leche que le ordeñaba a escondidas a la vaca del vecino. En pocas palabras, tanto él como mi trastatarabuela eran un par de inconscientes que vivían a costa de los demás. Y papá no sabe si toda esa rebeldía se debió a que su bisabuelo nunca creció con una figura paterna (su padre había sido asesinado a sangre fría por un pleito de tierras cuando él era un bebé) o porque su mamá tenía otras cosas en mente, como agarrar marido.

Cuenta mi papá que los actos de su bisabuelo comenzaron a tener más importancia conforme iba creciendo. Los terrenos, las casas y hasta cómo creó a su familia fueron tomados todos a punta de pistola y de engaños. Y así fue feliz por algún tiempo, hasta que empezó a aburrirse de su pueblo y buscó la manera de tener nuevas aventuras, cosa que mi trastatarabuela le aplaudía con tal de tener comida abundante en la mesa.

Cuando mi tatarabuelo se unió a las filas zapatistas, no fue porque le interesaban las causas campesinas, ni desconocer a Madero, sino porque para él era la mejor manera de extender sus oportunidades de robar y abusar de cuanta mujer conocía en cada lugar que hacía campamento. También bebía sin pagar hasta quedar inconsciente y tiraba balazos a diestra y siniestra para alejar a sus enemigos que se iba haciendo en el camino. Pero dicen por ahí que lo que se toma a la fuerza no dura por mucho tiempo y el gustito se le acabó cuando a la mala trató de robarse la virginidad de una jovencita que resultó ser hija del general donde estaba enlistado.

En el momento que lo descubrieron escondido entre los matorrales tratando de desvestir a la mujercita, uno de sus compañeros lo agarró de los cabellos y entre varios más lo amarraron de un caballo y lo arrastraron entre el camino pedroso hasta llegar con el general, a lado de su desesperada esposa. El general, al ver a mi tatarabuelo todo borracho y golpeado, se levantó lleno de coraje y descargó toda su furia en su cara, desfigurándole la nariz y tirándole algunas muelas de su dentadura filosa. Después de golpearlo hasta cansarse, le escupió en la cara y lo mandó a fusilar antes del amanecer.

Papá cuenta que el día de su fusilamiento, mandaron por mi trastatarabuela para que lo viera morir y, antes de que le vendaran los ojos, mi tatarabuelo pidió como favor abrazar a su mamá por última vez.

Dicen que ella se acercó y lo abrazó con fuerza, recargando su cabeza canosa en su hombro, cuando de pronto empezó a gritar de dolor. Por un momento todos los presentes pensaron que era por el sentimiento de ver a su único hijo morir, pero cuando gritó desesperada: «¡quítenmelo, quítenmelo!», vieron que mi tatarabuelo tenía la boca llena de sangre; le había arrancado a su mamá la oreja derecha. Después vieron cómo la escupió y comenzó a gritar: «¡por tu culpa, por tu puta culpa de no castigarme, ahora me van a matar!». Mi trastatarabuela se tiró al suelo llorando, revolcándose de dolor sobre la tierra seca; dicen que parecía un gusano en comal, porque no dejaba de retorcerse. El soldado a cargo mandó a quitarla a rastras para que no estorbara y segundos después se escucharon nueve balazos en dirección de mi tatarabuelo cuando el sol apenas se iba asomando detrás de los cerros.

Ahora entiendo por qué mi papá se toca la oreja derecha instintivamente cada vez que me regaña. A lo mejor, viene de familia.

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