Había una vez
...muchas maneras de echar tu cuento
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Come, reza, ama, vomita

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El universo siempre manda señales, pero no es responsable de que tú las entiendas. Cuidado con las historias que te inspiran.

1

—Dios, ¡qué caro este boleto de avión! —comenta Diana a Cecilia mientras ve a los lados para asegurarse de que su jefe no está en el perímetro—. Con lo que tengo ahorrado si acaso puedo darme una vuelta a la costa.

—Tienes una habilidad tan fuerte para quejarte y no moverte ni al parque municipal los fines de semana—se burla Cecilia—. Querida, la ley de atracción no funciona así. Sabes que somos lo que pensamos.

— ¿Ley de atracción o suerte? —le responde Diana—. Sabías que, a la escritora esta, la de la película que me recomendaste, le pagaron un cuarto de millón de dólares por viajar, comer, meditar, escribir y además encontrarse al mismísimo Javier Bardem con velero incluido en un paraíso tropical. Qué hada madrina, ni que zapatillas o mapa del tesoro, yo lo que quiero es que alguien me haga una transferencia como a ella —ambas sueltan la carcajada.

—Carr prr, —escuchan al jefe que se aclara la garganta a sus espaldas—. ¿Está muy animada la jornada? Vamos pónganse a trabajar que los balances comerciales no se hacen solos.

2

A media tarde, Diana va a la cocina y se sirve una taza de café. Se acerca al ventanal y ve en el parque de enfrente a un grupo de personas que todos los días toman clases de baile. ¿De qué vivirán ellos que pueden darse el lujo de no cumplir con un horario de ocho a cinco?

3

Después de la oficina, Diana y Cecilia salen juntas al estudio de yoga. La verdad es que Diana se siente un poco harta de esas clases. Todos parecen actores del Cirque Du Soleil con su equilibrio y elasticidad, mientras ella siente que una espada la atraviesa desde las costillas hasta el cóccix la cada vez que tiene que meditar. Cecilia insiste en que todo esto la ayudará a alejar las energías negativas y reencontrarse con ella misma.

Las ganas de estornudar sacan a Diana del sueño profundo en el que cayó durante la relajación.

—¿Por qué demonios encienden incienso? Acaso no saben que son tóxicos y pueden producir cáncer de pulmón —le comenta a Cecilia mientras enrolla la esterilla.

—¡Quejica! es un incienso que ha traído el profesor desde un templo sagrado en Nueva Delhi —Diana voltea los ojos—. Hablando de India ¿Has visto la cartelera de avisos de la entrada? Hay una promoción de un retiro espiritual a Benarés. Es de dos semanas con todo incluido. El profesor ha dicho que bañarse en el Ganges es una experiencia que te cambia la vida. ¿Quieres apuntarte conmigo?

—Pero, Cecilia ¿Cómo vamos a ir a un viaje de esos? Sólo tengo un riñón para vender.

—Pues el viaje está pautado para el verano, así que podemos comenzar a pagarlo desde ahora. Te la vives quejando del trabajo y de la oficina y que tu vida es aburrida, considera esto una señal del universo para hacer algo diferente.

4

Esa noche, mientras prepara el almuerzo para el día siguiente, Diana le echa un ojo a la programación del viaje a Benarés. Le parece interesante. Ella se considera una contadora más del montón, alguien que hace horas extras sin reclamar nunca. La atormenta la idea de que todos los días de su vida sean un bucle patético: levantarse, ir a la oficina, soportar a su jefe y tratar de vivir una hora cada tarde antes de volver a casa. Todas las noches antes de dormir se repite a sí misma —No quiero tener una casa que huela a animal muerto— recordando a su antigua vecina que tenía un gavilán de mascota en la sala de su casa.

5

Mientras prepara la maleta, Diana se da cuenta de la chispa de emoción que este viaje le ha dado y, aunque preferiría irse a comer toda la pizza de Roma o broncearse en el trópico Balinés, termina por ignorar sus preocupaciones sobre las flatulencias y la dieta vegetariana a base de legumbres. La energía de Cecilia la ha contagiado y sonríe al escuchar la nota de voz de su amiga quien le expresa la fantasía, casi sexual, de poder meditar bajo un árbol de bodi. ¿Quién sabe? Puede que India aporte algo a su vida.

6

Llegan al áshram después de varios vuelos y conexiones por más de doce horas de viaje. Diana se siente fatigada por el calor y el jet lag, pero Cecilia está muy entusiasmada por el lugar.

Las amigas, junto a los otros inscritos, hacen un recorrido por las instalaciones y luego el grupo es llevado hasta el comedor donde reciben su primer almuerzo vegetariano. El guía aprovecha el momento para anunciar en voz alta:

—No coman ni beban fuera del áshram —trata de parecer chistoso agregando—. No es que las bacterias en India sean peligrosas, es que simplemente sus estómagos no están acostumbrados a ellas.

7

Diana deja sus cosas en la habitación que comparte con una desconocida. El calor la sofoca y decide darse una ducha. El baño es compartido y la ducha tiene una modalidad «manual» que consiste en tomar uno de los recipientes plásticos e ir a llenarlos en la pila de agua que está en el patio trasero. Al correr la cortina vuelan millones de mosquitos —Qué bien disimulabas todo esto en la película, querida Julia —dice mientras se echa encima un valde de agua—. Creo que hubiese preferido el jacuzzi de Pretty Woman.

8

Los días en el áshram transcurren entre meditaciones, cánticos de mantras y mucho repelente de mosquitos. El encierro y el calor tienen a Diana abrumada, lo único que desea es que Cecilia haga voto de silencio, pero ni eso coincide con la película. Su amiga no para de hablar de las experiencias psicodélicas en las meditaciones, mientras ella sufre como si el tridente de Shiva se le clavara en la lumbar.

9

En el primer día libre del áshram todo el grupo sale a dar un paseo por los alrededores. Diana había leído del contraste entre la pobreza material y la riqueza espiritual en India, pero nada se compara con presenciar todo aquello: La multitud zigzaguea entre las vacas y sus excrementos; las bocinas desesperadas de los tuk tuks, rickshaw y motos; los peregrinos y vendedores ambulantes que acosan a los turistas; los mendigos y falsos santos iluminados limosneros; el olor a incienso, especias y sudor ácido que busca espacio entre el hedor de los animales sagrados. Cuando cree que ya ha visto y olido todo, aparecen los muertos cargados por las procesiones. Ninguna de las listas de recomendaciones en internet mencionaba que había que tener estómago de hierro para acercarse a los ghats o crematorios. En esos escalones a las orillas del Ganges proliferan las moscas y el olor a carne quemada. El color marrón verduzco por lo que Diana descarta la idea de darse un baño.

—¡Ánimo! cambia un poco esa cara —le dice Cecilia—. ¿Qué te parece si vamos por unos souvenirs y a explorar el lugar? y se lleva a Diana por el brazo sin esperar su respuesta.

10

—¿Cómo vamos a venir a India y no vamos a probar nada autóctono? —dice Cecilia.

Diana insiste en las advertencias del guía del áshram, pero también piensa que un poco de aventura no puede hacer daño.

Se detienen frente a un puesto de comida y el vendedor les prepara un snack de frutos secos, vegetales, muchas especias y limón, mezclando todo con las uñas largas de su mano derecha.

— ¡Attraversiamo! Grita Cecilia, alzando un vaso con masala chai para brindar con Diana.

El guía las alcanza y les anuncia que deben acompañarlo para ver la ceremonia de Aarti.

11

Esquivando a la multitud, llegan justo antes de que comience el espectáculo. Al escuchar los cánticos de aquellos hombres a Diana se le eriza la piel. Hay un gran despliegue de jóvenes con lámparas y velas a las orillas del río. Los cantos a la Madre Ganga entonados por los sacerdotes hindúes contrastan con el barullo del pueblo. Las mujeres permanecen inmóviles con las palmas de las manos frente al pecho, mientras sus saris llenos de piedras y monedas titilan con el mínimo movimiento. Diana se concentra en el sonido de las campanas y cierra los ojos convencida de que este es su momento de iluminación, pero recibe un pisotón fortísimo que la saca de sí y la obliga a alejarse para buscar donde sentarse.

12

Durante esa noche, Diana no para de soñar. Primero una vaca la atropella en un callejón y hace que ella resbale en un charco de lodo y estiércol, luego se despierta con el grito ensordecedor de una mujer que iban a cremar y resulta que aún estaba viva. Está bañada en sudor, el ventilador de la habitación se ha dañado. En el sanitario Diana se moja primero la frente y luego se enjuaga la boca, detecta el sabor a óxido del agua y la escupe inmediatamente seguido de una arcada que le comprime el estómago y la hace devolver todo lo que había comido ese día.

El dolor en el abdomen y los escalofríos la mantienen por horas abrazada a sus piernas en el inodoro. Toda la noche transcurre entre vómitos y diarrea.

13

Cecilia, extrañada de no ver a su amiga durante el desayuno, va a buscarla a la habitación. Encuentra a la pobre Diana arropada hasta el cuello y bañada en sudor.

—Pero ¿qué te ha pasado? Estás hirviendo. Voy a ir a la enfermería.

La encargada de guardia examina a Diana y no tarda en decirles que se ha contagiado con disentería y que debe quedarse en cama bebiendo mucho té.

Diana pasa prácticamente los días restantes así, en su habitación.

14

De regreso a casa, bastante agotada, algunos kilos menos y aún recuperando su equilibrio estomacal, Diana contempla su regreso al trabajo.

15

Apenas llega a la oficina, ve que su jefe está esperándola para reunirse a puerta cerrada con ella.

—Buenos días, Diana. Espero que haya disfrutado de sus vacaciones, porque tengo que darle una noticia un tanto difícil. ¿Se acuerda del nuevo sistema que le ha salido costosísimo a la empresa? Bueno, resulta que muchos procesos se han automatizado y lamentablemente, hoy, tengo la penosa labor de despedirla…

En ese momento, Diana deja de escuchar.

16

Diana va por un café a la cocina. Con la mirada perdida en el ventanal, su ensimismamiento es interrumpido por Cecilia que acaba de entrar.

—¡Diana! ¿Cómo sigues? Yo me siento muy renovada para empezar esta nueva etapa. Oye, el jefe me ha dicho que debo pasar por su oficina ¿Sabrás por qué?

Diana sonríe y recuerda las palabras de Cecilia antes del viaje. En breve, su amiga recibirá «una señal del universo para hacer algo diferente». Entonces toma un sorbo de café que le quema la boca.

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