La neblina se autoinvitaba sin pudor, ni decoro. Ella le seguía de la cama al bus, al trabajo, al bar y a casa. Por más que tratara, no podía recordar cuándo había aparecido.
La neblina se autoinvitaba sin pudor, ni decoro. Ella le seguía de la cama al bus, al trabajo, al bar y a casa. Por más que tratara, no podía recordar cuándo había aparecido.