Había una vez
...muchas maneras de echar tu cuento
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Aunque llame la atención

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Un aula es un aula es un aula.

Por José Luis Ibáñez Salas
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Coged el puto móvil.

El profesor o profesora no sabe muy bien por qué se le ha escapado la palabra «puto» en el aula ante los alumnos y alumnas. Pero salirle, le ha salido del alma. Hace días que no llueve. (No viene a cuento, pero ya es una costumbre de algunos cuentos. Eso de que afuera llueva, o no. Y esto, esto es un cuento. Ya se ve que para novela no da.)

La alumna más cercana al profesor o profesora levanta la mano y habla sin bajarla ni esperar autorización alguna. La profesora o profesor no es capaz de escuchar bien lo que dice. Tiene aún en su cabeza una infección del tamaño de un puto móvil. Y una canción de Los Salvajes que escuchaba su padre (y su madre) cuando viajaban en coche. Los Salvajes. ¡¿Qué querrá esta chica, ahora?!

Sigue hablando la muchacha, y sus compañeros y compañeras no paran de reírse, pero sin hacer mucho ruido. Risas flojas en un ámbito festivo, también anodino. Demasiada cotidianeidad, piensa el profesor o profesora a quien le gusta más, lo digo ya, que se refieran a él o a ella como la maestra o el maestro. Antigua o antiguo que es una o uno.

Y por eso no he podido traer el móvil a clase. Fin. Es lo que acaba de decir la alumna. Su última frase. La verdad es que llevaba un rato largo hablando. Las risas flojas escasean. Ahora cesan. Como esperando el turno de la profesora o profesor que prefiere ser tratada o tratado de maestro o maestra.

Tú no lo cojas.

Y sigue la clase. Mañana recordadme que os ponga una canción de cuando vuestros abuelos y vuestras abuelas eran jóvenes: se titula Soy así. Trabajaremos sobre lo que dice la letra. Aunque afuera no llueva. Y tú, Ibáñez, no te olvides el móvil. Lo vamos a necesitar. ¿El puto móvil?, pregunta un chaval del fondo. O una chavala. El maestro o profesor o profesora o maestra le tararea aquello de con patillas largas, estrecho pantalón, un jersey a rayas, aunque llame la atención. Los chicos y chicas, estos y estas estudiantes de la ESO de un barrio de Pontevedra, ahora sí que se desternillan, mientras su profesor (es profesor, no maestro, ni maestra ni profesora) les sonríe recordando lo parecido a la felicidad que es saber saltarse a la torera todo lo que los inspectores e inspectoras de la Consellería les obligan a cumplir a los profesores y profesoras de los colegios e institutos. Esto sí que es Galicia calidade, les medio grita a los chavales y chavales.

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