Había una vez
...muchas maneras de echar tu cuento
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Arregla tus ideas

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Se ha vuelto rutina. Despierto revisando el celular. Los mensajes de WhatsApp, después de escuchar la alarma, parecen ser los buenos días habituales ¿Por qué el primero en aparecer es mi ex?

— Escríbele a tu hijo, está molesto contigo.

¡Vaya! Como si fuese algo nuevo. Herencia de su madre. Joder en toda circunstancia. Este confinamiento debería obligar a que gente como ella mantenga distancia física, verbal y tecnológica con la sociedad. Sus mensajes son tóxicos, me ponen de mal humor.

— La mayoría de las molestias de Fernando son por dinero —le escribí de vuelta.

Suelto el teléfono. Ya no me interesa saber de Instagram, Facebook, mails. Tampoco si la ciudad, el país, el mundo, ni mi edificio, han sido consumidos por una plaga nueva, más poderosa que la política. Cuando tu ex te escribe, a primera hora de la mañana, el mundo se nubla, el día se ofusca.

¿Por qué siempre compro todo lo que no me hace falta? No tengo desayuno apetecible, el refrigerador está lleno de comida innecesaria para la mañana. No busco exquisitez, sino una pizca de decencia alimenticia que repare el mal rato de Valentina. Si viviéramos juntos, me reclamaría que no hice el jugo de naranja para comer sanos. Se fue hace dos semanas, por eso tengo los recuerdos tan recientes.

Pan, queso, mermelada y té negro. Resolver rápido. Fernando me diría que hagamos unos huevos revueltos con salchichas. Es ingenioso ese muchacho, se parece a mí. La adolescencia empezó a sacar lo irritante de su madre. Menos mal que se fueron juntos.

¡Suena el teléfono a las 7:00 am! Solo alguien con más de 60 años llama a esta hora. Esa es mi mamá. Miro la pantalla. Ahí vamos.

— Espero que sea urgente. Es muy temprano mamá –Le respondí sin ánimos.

— ¡Buenos días, hijo! ¿Cómo amaneciste? ¿Estás tomando jugo de naranja? –hablaba la doña con ese tono de que se levantó a las 4:30 am y ya tenía todo en orden para joderme el día.

— ¡Qué ladilla con el jugo de naranja, mamá! ¿Acaso te mandaron a recordármelo por la salud y todas esas pendejadas de mujeres y sus revistas? —le dije alterado.

— Deja el hostigamiento. Con este virus, lo mejor es tener el sistema inmune. Este aislamiento está sacando lo peor de ti. La soledad es como lanzar una moneda y, por lo visto, te tocó la del mal humor. Tu orgullo te hace sufrir en estos días. Te conozco, extrañas a Valentina y a Fernandito.

— ¡Para, mamá! Deja de decirle Fernandito, que ya tiene 16 años y es un hombre. No extraño nada, ni a nadie —le dije fuertemente.

La verdad, extraño ir a conciertos. Por fin iba a ver a los Flaming Lips con Fernando. Desde que salió el King’s Mouth empezamos a ordenar la discografía de la banda. Valentina había comprado entradas para Patti Smith, supongo que tenía algún tipo de cargo de conciencia por su comportamiento de mujer agresiva. Siempre pensé que ella y Patti se parecían en la independencia, lo decididas y guerreras. Seguro estaría escuchando Pissin’ in a river, contándole a sus hermanas que dio la vida por mí y nunca fue correspondida.

— Mira hijo, amor y orgullo no van de la mano. No dejes que la soledad te llene de rencor. Tómate un tiempo para ordenar tus ideas, arregla las cosas con Valentina. Es la disposición lo que sana heridas y construye puentes… —y entonces me soltó esta perlita por teléfono —¿Todavía quieres a Valentina?

— ¡Ay, mamá! Deja de jugar a Cupido. Ya no quiero a nadie. Ella necesitaba una excusa para dejarme. Ya ni recuerdo cuál fue, pero listo, se fue. Fernando es su consentido, su verdadero amor, el niño de sus ojos. Ahora que lo disfrute en su adolescencia. Ya fue. Voy a revisar mis mails, adiós. —le colgué sin despedirme y, aun así, me mandó un mensaje de “Te quiero hijo”, con una carita feliz, el único emoji que la vieja sabe usar.

Abrí el primer mail. Una promoción de tienda por departamentos. Me irrité aún más. El coronavirus nos tiene en confinamiento, cuarentena, cautiverio ¡Vayan a sus casas, corran, el mundo se va a acabar!… pero los negocios no dejan de enviar ofertas. Mañana podría morir infectado, ¿de qué me iba a servir un saco o un pantalón en oferta? Aunque, si muero mañana, podría estar en un ataúd con dignidad, vistiendo un traje como los de Jack White. Cuando mueres, ya no haces el ridículo, te vuelves un héroe, reconocen tu trayectoria, tu vida y olvidan las miserias. El escenario ideal para que Valentina vea a todas mis ex y le entre un ataque de celos post mortem.

Ya que mencioné a Patti Smith, voy a escuchar su playlist. No sé si borrarlo, porque lo hicimos Valentina y yo. Cuando la conocí, sus amigas me dijeron una frase clave: “No te fijes en ella, por favor, voltea a otro lado”. Sonaba Dancing Barefoot y ella sabía que la estaba mirando. Se movía con libertad, complicidad y marcaba distancia. Solo por molestarla y sacarla de su grandilocuencia le dije que la versión de U2 me parecía mejor. Me tildó de machista. ¡Mordió el anzuelo! Acordamos que ambas versiones eran buenas y cumplían su objetivo, desinhibir y perder los sentidos con la música. Empecé a hacerle mixtapes semanales de música. La era del streaming nos sirvió para hacer listas de canciones y recordar otras que nos unieran.

Ahora que no venga ella decir que no la quiero. Nunca quise que se fuera, tampoco que se llevara a Fernando. Aún falta un par de años antes de que se independice. Íbamos a los Flaming Lips ¡Joder! El mundo se paralizó y nos quitó los conciertos. Fernando fue el gestor principipal de nuestra fijación por los playlist en la era de streaming, abrió la puerta de ese hobby de juventud de sus padres. Todo mi Spotify está lleno de listados en conjunto con Valentina. Hace unos años, en Coachella, mi hijo nos hizo ver a Spoon. Don´t make me a target me voló la cabeza. Él sabía que esa guitarra me iba a hipnotizar. Ir a festivales también era una manera de encontrarnos con amigos y familiares en el exilio.

Estoy solo, abandonado, iracundo. Tomaré este tiempo para hacer playlist de soltero, rehacer los de mi cuenta, sin ningún tema con recuerdos de mi ex. Después recuperaré canciones que le dediqué. Siempre lo he dicho: “Ten cuidado con las canciones que dedicas, porque si terminas una relación, pierdes un track valioso en tu vida”. Empezaré con Justin Bieber, Nick Jonas, Harry Styles o Miley Cyrus, los respeto. No son mi estilo, nunca aguantaría una hora de esos tres juntos por más talento que tengan, no son de mi generación. Justin Timberlake podría funcionar. Recuerdo el día en que convencí a Valentina de que el ex NSYNC era un gran artista y fuimos a verlo en concierto ¡Me dio la razón! Esa noche terminamos borrachos y nos fuimos a la playa, como adolescentes. Fernando estaba con su abuela.

— Voy a borrar todos los playlists que tenemos en conjunto, —le escribí a Valentina por teléfono.

— ¿Estás seguro? —me replicó.

¡Detesto que haga esto! Responderme de manera escueta y con interrogantes, como si me estuviera psicoanalizando. Yo creo que en el fondo dudaba de lo que había hecho, porque sabía que fue impulsiva, intransigente e irracional. Ya no me importa, se fue. Podía responderme con emojis si quería. Mi error fue haberle notificado lo que pensaba hacer.

— Todo lo que te haga feliz es lo mejor, —me soltó en el siguiente mensaje.

¡Claro que esto me hacía feliz!, pensé. Iba a olvidarla y hacer desaparecer el fantasma de nuestras canciones. El antídoto estaba en cambiar de temas, así tuviese que oír trap, reggaetón, cumbia, bachatas, norteña. Una nueva vida. Total, el coronavirus nos venía diciendo que la vida normal, como la conocíamos, había cambiado. Mis gustos e historias también lo harían. Porque tiempo me sobraba. Los bares seguirían cerrados y yo ya estaba harto del Zoom y de las redes. No sé si podría leer otro mensaje de “¿estás bien?” sin irritarme. ¿Acaso mis amigos no tienen otro tema de conversación? La verdad, han sido cautos. Al final creamos todo un núcleo familiar, donde nuestros hijos son primos y tomar partidos se les hace difícil. ¡Mas les vale que entren en razón y estén de mi lado! Tampoco puedo verlos, estamos aislados.

Los de la inmobiliaria no cuentan. En verdad, nunca hice amigos ahí. Siempre centrado en mi trabajo y en mi esposa e hijo. No vi la necesidad de inventar más amistades. Llamarlos sería un acto de hipocresía, sobre todo después de estar desempleado.

Suficiente con que Valentina me viera vulnerable cuando pasé a serle una carga y sentir mi hombría pisoteada. Y eso que a ella le parecía genial. Decía que podía dedicarme a lo que me gustaba, que era ser chef. ¡Pero si el mundo se va a acabar! Nadie quiere comer. Me molesté con ella, sentía que me trataba con lástima. Le di todo el dinero de mi liquidación: “Si quieres te los gastas en maquillaje”. Reconozco que me atacó el orgullo y me dejé llevar por mi lado irracional. Comencé a verla con desdén. A hablarle nada más lo necesario. Me asilé en Linkedin a buscar ofertas de trabajo para recuperar su respeto y mi autoestima. Con los días, pasamos de cenas mudas a desayunos solos.

Y ahora, aislado, siento la casa llena de demonios. Este confinamiento los ha hecho más poderosos. Olvidé la simplicidad de amar. Me estaba atacando, lastimándome. Necesito salir a caminar.  Valentina y yo resolvíamos nuestras diferencias saliendo a comer a la calle, un punto neutro para equilibrar emociones álgidas. Estamos en Pandemia, nadie sale. Los problemas en pareja se quedaron en stand by.

Ciudad fantasma. Apenas me estoy adaptando a las mascarillas. Veo a la gente cómo las usa con modelos de Spiderman, Hulk, Harry Potter, Coco, las franquicias saben capitalizar el miedo colectivo. En fin, voy a rehacer mi playlist mental. Nueva música para olvidar a Valentina. Vamos a “ordenar las ideas”, como dice mi mamá.

— Hola Valentina ¿Puedes bajar un segundo?, —le hablé por el intercomunicador del edificio de su hermana.

— ¿Todo está bien? —me preguntó.

— Vamos a averiguarlo, —le respondí.

Recordé las largas conversaciones que teníamos tras volver de los espacios que nos dábamos ante situaciones tensas. Valentina habla bastante, para todo tiene una resolución, ideas, contextos, pero en las últimas semanas se habían reducido y, a decir verdad, eran serenos.

— Veo que vas descalza. Te pareces a Patti Smith en Trampin´, —le dije, recordando la portada de ese disco.

— ¡Me descubriste! —me recibió sonriente, con un beso y abrazo, mientras me entregaba una calcomanía con un código de Spotify. —Te hice un playlist y comienza con Stride of the Mind.

— Es un poco estridente para estos tiempos — la interrumpo con la mirada en el obsequio, ocultando el dejo de emoción.

— A Fernando y a mí nos pareció oportuna para marcar el inicio de tus nuevos proyectos. Siempre has sido nuestro ejemplo a la hora de comenzar una nueva aventura: “¡Vamos, muévete donde los sueños aumentan, donde cada hombre es una obra maestra!”, —me hablaba, con simpatía, en referencia a la letra de la canción.

— Sé que él está molesto conmigo, pero no le he escrito. Estoy intentado evitarme tener que oír palabras de rebeldía adolescente, —me disculpaba mientras yo miraba hacia un lado, evitando mirarla.

— Eres su ídolo. Sabes comunicarte con él por medio de esas canciones que le compartes y que le hablan directo al corazón en momentos de alegría, pero especialmente de frustración. De pronto te aislaste y lo excluiste. Y él se siente culpable, — Me hablaba con un tono conciliador y maternal.

— ¿Tú cómo te sentiste?, -Me dio curiosidad preguntarle

— Siempre has sido nuestro protector, amigo, compañero, pero cuando te quiebras te comportas como un erizo y no dejas otra opción que dejarte solo. “Amar implica permitir espacios”, es lo que siempre dices.

Su sinceridad me sacudió.

— Pero te fuiste, me dejaste ¿Por qué llegamos a esto? — Le insistí.

— ¿Así lo sientes? — Me dijo con una voz de lamento

—  Al menos eso parece, — le dije secamente.

— ¿Quieres que me vaya definitivamente?, — respondió con un tono conciliador, acompasando la conversación.

— No, pero sabes que respetaré tu decisión. Nunca hemos sido de sofocarnos, ni de forzar las cosas. — Le dije con sinceridad.

— No hace falta forzar nada, — Me dijo con su gran sabiduría. —Nosotros te apoyamos y queremos estar a tu lado, pero tú tienes que arreglar tus emociones internas. Volver a sentirte bien contigo mismo, al menos soportarte. Somos la mejor versión cuando miramos lo que no nos gusta de nosotros. No hay culpables.

Sus palabras recogían el reguero de mis piezas desquebrajadas. Me quité la armadura.

— ¡Eso! He sido insoportable. Supongo que tanto distanciamiento social ha hecho estragos en mí. La cuarentena me asfixia. No sé cómo va a terminar todo esto. Tengo un sentido del apego que se enaltecen en las historias de las canciones y ahí están todos ustedes. Te amo, los amo a los dos, — Se lo dije llorando. La abracé.

— Sé que nos amas. Tampoco sé cómo va a terminar todo esto. Ahora míranos. volvimos a conversar puntos álgidos fuera de casa. Estoy descalzas y tú en pantalones cortos por la calle ¡El mundo está cambiando! Por cierto, que agregamos The Times They Are a-Changin’ de Bob Dylan en ese playlist. — Me habló con esa sempiterna carga de esperanza con la que nos trata a diario. — Ve a casa, ordena tus ideas y avisa cuando estés listo para que volvamos… eso sí, debes tener un playlist y comida para recibirnos.

— ¡Eso es ya! —Le dije emocionado, secándome las lágrimas.

Corrí a casa a ordenar mis ideas. Mi madre me había enseñado que un hogar limpio es sinónimo de alma pura. Busqué canciones que hablaran de comienzos, adaptación, seguir el camino, permitir lo nuevo. Desempolvé aquella caja de recetas de cocina que siempre dije que iba a preparar… y no he hecho.

Ahora que veo con claridad y emoción, hemos sido una familia dispuesta al cambio, eso lo instauró Valentina. Todas las ideas novedosas para actualizarnos en el mundo llegan de la mente de Fernando. Su inquietud nos da vida, le seguimos el paso.  Le escribiré un mensaje por WhatsApp.

— Hijo, estoy oyendo el playlist que hiciste con tu madre. Ya entiendo Better Now de Post Malone. Iremos a verlo cuando vuelvan los conciertos a nuestras vidas. Te espero en casa.

El aislamiento me hizo sentir como si estuviese atrapado en  El Lobo Estepario de Hermann Hesse. Ahora sé que cómo soy internamente, hice las paces conmigo. Si el mundo nos depara un rato más de confinamiento, seremos novedosos en nuestra concepción de la realidad. Al final la verdadera pandemia es interna y se controla con amor propio: All you need is love, podría concluir mi playlist.

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6 Comments

  1. Con “Arregla tus ideas”, William mete varios dardos en el centro de la diana. El primero, y más importante, es hablar sobre la salud mental como prioridad vital. No solo por ser verdad, sino por lo necesario que es poder hablar al respecto, ya que en muchos países de habla hispana se subestima y barre debajo de la alfombra. En este cuento, el protagonista no es que esté al borde de la cordura, pero va dirigido hacia el desastre. Enajenado y aislado por no querer expresarse así como no saber escuchar. Es una interesante paradoja para un melómano.

    En esa línea musical, otro acierto es utilizar la música como el alma de los personajes. El lugar que ocupa Patti Smith dentro del relato pasa de anécdota para sugerir una vida de complicidad entre los protagonistas. Y da igual conocer o no las canciones que William menciona, porque es su impacto el que hace avanzar la trama… y porque es un sentimiento con el que todos podemos identificarnos. ¿Quién no ha perdido una canción por asociarla a una persona o evento que es mejor olvidar?

    Sobre las menciones “musicales” de Bieber y Miley no me voy a meter, porque justo acabo de escribir yo un cuento entero de reguetón.

    Hay detalles que creo se pueden pulir. Siento que sobra la parte de las mascarillas de personajes de franquicia (aunque es muy breve), pero me dio la sensación de estar viendo en DVD una escena elimininada del montaje de director. Por otra parte, el protagonista cae un poco chocante, aunque cuando es comprensible su proceso mental. Es decir: se entiende por qué actúa así, pero no lo libra de ser un plasta. Mi crítica constructiva es haberle dado alguna relación positiva en medio de su rabia (tal vez con el hijo, con quien no tuvo conflicto directo a pesar de estar dolido porque se fuera de casa). Hablando de personajes, me gustó mucho la personalidad de Valentina, y cómo contrasta con la descripción que hace de ella el protagonista. Muy acertado darle voz y carácter para balancear la relación. Y no pude evitar repasar el cuento mentalmente desde su punto de vista y comprobar qué distinta sería su versión. Gran personaje en pocas líneas.

    Una pregunta, ¿por qué Tramplin’ y no otra canción (u otra artista)?

  2. Excelente historia… Me encantó… Solo dire, en apoyo a las madres, que las de ahora manejamos muy bien las redes y los emojis Jajajaja

  3. Como ya te dije una vez, William, soy muy fan de Nick Hornby y este cuento me lo recordó demasiadas veces. No sólo por las constantes referencias musicales y el playlist (Súper nice touch), sino también por esa voz de confesionario masculino, que a pesar de no tener siempre razón y de no necesariamente ser el tipo más simpático, te hace reír y conectar desde un lado dark. Allí hay una voz. Y quiero seguir oyendo qué más tiene que decir.

  4. Parece que en esta banda vamos a tener de todos los estilos; eso me emociona bastante. Este relato es muy motivador y creo que todos nos podemos sentir identificados en algún momento de nuestra vida. Paradójicamente no está incluida en el playlist la canción que más recordé mientras leía: Don’t Give Up de Peter Gabriel.

    Me encantó leerlo, William. Y la segunda vez me gustó más. Me metí de lleno en el conflicto del papá, sin trabajo y en pandemia, y sin saber comprender el apoyo que le daba su familia. Es muy emotivo.

    Yo le habría restado algunas aclaratorias después de uno que otro diálogo (“respondió con un tono conciliador, acompasando la conversación.”), pero es un criterio personal. De resto, perfect!

    Me llamó la atención lo de los nombres en negritas, por cierto. ¡Vamos bien en esta banda!

  5. El drama de la cotidianidad suspendido por el distanciamiento social es el tema central de este relato al que debe dedicarse al menos una hora y treinta y tres minutos, el tiempo que dura el playlist que revela lo que, quizá, un “lector ortodoxo”, podría extrañar.

    En la primera lectura que hice de este cuento, prescindí del playlist que el autor comparte con el lector. Error. Porque tal como lo entendí después, texto y playlist funcionan como una unidad. De lo contrario, ¿por qué el autor armaría un listado de canciones que comparte con el relato? La segunda vez que lo leí, decidí escucharlo también. Y confirmé mi sospecha, este es un cuento para leescuchar (valga la crasis). La música completa lo que las palabras callan. ¿Acaso no les ha pasado?

    A otros corresponderá juzgarlo (porque estoy seguro que muchos caerán en la trampa). A mí me corresponde compartir con William un fragmento del ensayo: “Géneros Confusos” del antropólogo Clifford Geertz:
    “Esta confusión de géneros es más que el hecho de que Harry Houdini o Richard Nixon se vuelvan de pronto personajes de novela, o que las juergas mortíferas del medio oeste se describan como si las hubiera imaginado un novelista gótico. Se trata de que las investigaciones filosóficas parecen críticas literarias (piénsese en Stanley Cavell escribiendo sobre Becktes o Thoreau, en Sartre escribiendo sobre Flaubert), las discusiones científicas se asemejan a fragmentos de bellas letras (Lewis Thomas, Loren Eiseley), fantasías barrocas se presentan como observaciones empíricas inexpresivas (Borges, Barthelme), aparecen historias que consisten en ecuaciones y tablas o en testimonios jurídicos (Fogel y Engerman, Le Roi Ladurie), documentos que parecen confesiones verdaderas (Mailer), parábolas que pasan por ser etnografías (Castaneda), tratados teóricos expuestos como recuerdos de viaje (Lévi-Strauss), argumentos ideológicos presentados como investigaciones historiográficas (Edward Said), estudios epistemológicos construidos como tratados políticos (Paul Feyerabend), polémicas metodológicas arregladas como si fueran memorias personales (James Watson). El fuego pálido de Nabokov, ese objeto imposible hecho de poesía y ficción, notas al pie de página e imágenes de la clínica, se asemeja a los tiempos que corren; lo único que falta es teoría cuántica en verso o biografía expresada en álgebra”.

    Lo que quiero decir es que celebro el diálogo entre literatura y música que ensaya/propone William. Pienso en Dylan y David Byrne, (“Cómo funciona la música”) como referencias de otras puertas de entrada a este diálogo (disculpen la pequeñez de mi conocimiento sobre el tema en cuestión).

    Así que, querido William, sigue el camino “a dónde los sueños aumentan, donde cada hombre es una obra maestra”.

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