Una mujer libra una lucha interna ante el miedo a tener miedo.
Cae la tarde y tras haber cumplido con mis obligaciones adultas me tumbo y hago el scrolleo nuestro de cada día. De repente, hay algo que atrapa mi atención. «Ay no no no» murmullo para mis adentros. Mi psicótico sistema nervioso se prepara para atacar. Adrenalina, palpitaciones, confeti de ansiedad y nervios. Y leo: «Muere una universitaria en EEUU al quedar su cabeza atrapada por la puerta de su coche al intentar pagar un parking. Las imágenes de las cámaras de seguridad muestran cómo se asomó del coche para recoger la tarjeta de crédito y pisó accidentalmente el acelerador».
¿Qué dice la noticia? EEUU – cabeza – atrapada – acelerador – accidentalmente.
¿Qué leo yo? ESTO TE PUEDE PASAR A TI EN CUALQUIER MOMENTO EN EL QUE PONGAS UN PIE EN LA CALLE.
Sí. El miedo a tener miedo de cosas que no han pasado, pero que remotamente pueden pasar –aunque probablemente no pasen jamás – es el miedo, sin duda, más apocalíptico y cruento que existe.
Tras el acongojo inicial, me calmo y me recompongo. Si habéis visto Inside out podréis adivinar por lo que estoy pasando. Mis emociones, agotadas ante tal sobresalto, me sugieren que retome terapia, pues parece que hay unos asuntillos en los que debemos seguir trabajando. No lo descarto, la última vez me fue bastante bien.
«Abraza el miedo, acéptalo y, siempre que te sientas así, comparte tu experiencia. No te lo guardes para ti sola». Hace años que no escuchaba esta frase que resuena de nuevo en mi cabeza, esta vez acompañada por música sutil y cuencos tibetanos.
Mis miedos nacen, crecen, se reproducen, mutan y… no, no se mueren. Eso quisiéramos todos. Solo hibernan. Siempre están ahí, acechantes, tras bambalinas, empolvándose la nariz para entrar al escenario de tu delicada vida. Y es que los miedos, cuando se van, cuando desaparecen de repente, nos proporcionan alivio e inquietud a partes iguales. Porque…, ¿cuándo volverán a aparecer? «Cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire», advertía Cortázar.
La gente suele decir: «provengo de una familia de artistas, de panaderos, de cantantes…». Yo –orgullosamente– provengo de una familia con fobias, así que siempre he cohabitado con el miedo con aceptación y aplomo. Además de miedos en la familia, también he tenido hámsteres, ratoncitos chinos, conejos, ranas y agapornis. Aquí y con este dato, quisiéramos o no, ya teníamos un caldo de cultivo listo para su ebullición.
Creo que en mi caso se juntaron dos cosas importantes que me conectaron con la mundanalidad de los miedos: por un lado, una genética que me predestinaba al miedo «a algo»; y, por el otro, el descubrimiento a una temprana edad del programa Valor y coraje, del gran Constantino Romero, «un compuesto de docudramas y entrevistas que reflejaban historias que incidían en el lado humano de los sucesos presentados, a través del valor y el coraje demostrados por sus protagonistas» y que mostraba –añado– que cualquier situación de la vida cotidiana podía acabar fácilmente en una amputación de piernas. Un programa que (me) mostraba que el terror vivía entre nosotros. Constantino fue quién me dejó claro cuán fácil era rozar la desgracia a diario, a cualquier hora y en cualquier situación. Fue él quien inculcó en mi corazón la inevitabilidad de los terrores cotidianos y otros cuantos más absurdos que me provocaron bastante malestar.
Cito algunos para escarnio del lector:
• Los guisantes, ¿por qué? No lo sé. Pavor.
• La lengua de los perros: mi teoría era que las lenguas de los perros eran jamón de York y que los pobres vivían completamente confundidos teniendo como lengua un suculento plato. ¿Cómo hacían para no caer en el auto canibalismo?
• También me perturbaba no saber dar el cambio correcto al comprar: nunca he sido amiga de las matemáticas y cuando veía a los adultos darse el cambio al pagar yo sentía que nunca podría hacer eso y que me volvería pobre en pocos años a causa del mal manejo de mis recursos económicos.
Y es que los caminos del terror han sido, son y serán inescrutables.
A todas estas, he intentado llevar mi vida con (algo de) normalidad, a pesar de que mis miedos, cumpliendo religiosamente con su ciclo vital, han evolucionado. Otro estilo, otra madurez. A diario libro batallas entre el terror y mi resiliente, pero debilitada razón. El capítulo más reciente de mi autobiografía de pánicos abre con el temor a salir a la calle y sentir que me puede pasar todo. Todo lo malo por supuesto.
Ya otro día hablaremos de los dramáticos efectos del stress laboral.
Ajá, pues la cosa es que me visualizo cayéndome por todas las alcantarillas de la ciudad, siendo aplastada por un coche aparcado en una cuesta arriba, quedándome encerrada en cualquier lugar, siendo pillada y atacada por los tornos del transporte público o incluso falleciendo trágicamente atragantada con una gamba.
De nuevo, el miedo más temido me acecha. Y yo carezco de Valor y coraje. Un fraude, un atentado a la memoria de Constantino.
Hago caso a mi terapeuta e informo a mis amistades más cercanas de este llamémosle dato curioso y no patología de mi vida. Intentan animarme diciéndome que «me esté tranquila, que esas cosas solo pasan en las pelis de Tarantino», pero temo que disimuladamente estén googleando «cómo lidiar con una amiga que está perdiendo el norte», pero al compartirlo siento una relativa tranquilidad. Incluso, de vez en cuando, confieso que me acuerdo y me río de mi enajenación transitoria y, por qué no decirlo, valoro la infinita paciencia de mis amigas.
Una de ellas me propone dar una vuelta por un centro comercial a ver si nos pillamos algo de rebajas. De repente, como os decía, cuencos tibetanos, música sutil.
«Vale tía, pero aparcamos en la calle», le respondo.
Un poder muy fuerte en la siguiente frase: “Mis miedos nacen, crecen, se reproducen, mutan y… no, no se mueren”. Se quedará conmigo, mutando con mis miedos.
Me encantó tu cuento, miedo al miedo es lo peor (yo también vengo de una familia de fobias). Ah, y voy a empezar a leer tus cuentos con una libreta en la mano para anotar algunas de las frases, son buenísimas! “El scrolleo nuestro de cada día”. “mis miedos solo hibernan” jajaja. ¡Buenísimo!
Cuencos Tibetanos jejejeje, por ahí dicen que no hay nada más peligroso que estar vivo, en casa también se inculcaba el estar preparado para cualquier evento sobrenatural, por eso cuando manejo siempre estoy esperando que algo caiga y aplaste el auto.
Los miedos son algo muy fuerte, pero debemos luchar con ellos para conseguir cosas en la vida
Soy una libra con miles de miedos que nacen, crecen u mutan… gracias por poner en palabras lo que vivo día a día jeje.