Aquí hay alguien

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Un niño con habilidades de invocación, recibe su primer “entrenamiento” solo para descubrir que tal vez los que están de un lado y de otro, no están tan lejos.

Más o menos recién cumplidos los ocho añitos empezó con cosas raras, le explicó la mamá de Pascual al yerbero del pueblo. Se levantaba de la cama y me lo encontraba en el portón o se salía al patio o a la calle. Decía cosas que no entendía, un lenguaje como hablado entre murmullos. Su mirada entre aquí y allá, medio ida, pero con ojos los bien abiertos, sin parpadeos. Le preguntaba si sentía bien, si estaba despierto. Él decía que sí, pero contestaba nomás por contestar, sin susto, sin nada, como un cascarón que habla sin sentimiento. Pensé que era sonámbulo, pero comenzó a hacer lo mismo durante el día. De repente, se quedaba quieto como piedra haciendo cualquier cosa. Maiceando a las gallinas, limpiando el corral del puerco, chapeando el monte. Murmullando la misma lengua, mirando a través de mí. No sé cómo explicarle… Se lo llevé al cura, porque la cosa se iba poniendo cada vez peor. ¿Hace cuánto? Le preguntó el yerbero a la mamá de Pascual mientras ponía un manojo de ruda en una olla de barro, para que hirviera junto con otras hierbas. Su olor intenso se mezclaba con el de la leña. 

Se lo llevé el día de San Benito, para la protección del mal, eso me dijeron que hiciera. Después de revisar a mi Pascualito, me cobró tres pesos. Dijo que iba a estar difícil, que había que sacarle un chamuco. De repente, la leña tronó casi como respuesta a lo que acababa de decir la mamá de Pascual. El yerbero sonrió y volteó a ver el fuego. Sí, dijo. La leña volvió a tronar y esta vez negó con la cabeza y soltó un suspiro. ¿Y luego?, le preguntó a la mamá de Pascual quien continuó su relato un poco contrariada por el gesto. Me preguntó que quién era el papá, que eso me pasaba por tener hijos fuera del matrimonio. Que me cobraba otros cinco pesos por preparar el exorcismo y otros diez cuando acabara, que también podía pagarle con algún animal que tuviera. Le ofrecí una gallina, pero quiso mi mulita que usaba mi marido para el arado, el muy cabrón cura. Al día siguiente, se la fui a dejar a la parroquia antes de que atendiera a mi Pascualito. Ya en la casa, le quitó la camisa, lo llenó de agua bendita y empezó a rezar en otro idioma que nunca había escuchado. Latín, señora, los curas hacen sus chingaderas en latín, le aclaró el yerbero. Eso, pues. Decía quién sabe qué cosas a mi Pascualito. Pero mi niño nomás lo veía y lo veía y no pasaba nada. El cura, después de terminar, dijo que ya estaba hecho, bendito y sanado. Que el chamuco ya se había ido, que lo había ahogado en las aguas benditas del reino de los cielos. Yo la verdad no sabía ni qué decirle, pero Pascualito sí. Le dijo de lo que se iba a morir. No, no insultando. Sino de verdad de lo que se iba a morir, como advertencia. Me dio pena, pero también un poco de gusto, la verdad. El cura le dijo que descansara, que seguro estaba afiebrado después de su exorcismo. Pascualito le dijo que no tuviera miedo, que iba a ser rápido lo que le iba a pasar. Que le diera de comer bien a la mula. A la madrugada del día siguiente, la mula llegó a la entrada de nuestro zaguán y Pascualito la dejó entrar como si ya supiera a qué hora iba a llegar. Perdón que me ría, pero es que no saben en qué se andan metiendo. Mañana voy a ver a Pascual. De mientras, llévese un poco de este menjurje, ándele. Todavía está caliente, pero cuando se enfríe, moje un trapo y páseselo por todo el cuerpo antes de irse a dormir. Después haga lo mismo usted. Van a descansar mejor. La veo mañana tempranito, poquito antes de que salga el sol estoy en su casa. Duérmase temprano, le aconsejó el yerbero con un tono cariñoso.

Casi a medio día, el yerbero salió del cuarto del niño, cansado y temblando de frío con el sarape puesto y a pesar de que en esa tierra se chamuscaba hasta el viento. Señora, Pascual no tiene ningún demonio adentro, Pascual es un médium. Bueno, todavía no lo es, pero puede llegar a serlo. El idioma en el que usted lo ha escuchado hablar, y describe como murmullos, es un estado de trance. Un sonido que viene de otras edades del tiempo, de las primeras. Y siempre está haciendo eco. Tiene que aprender a controlarlo y comprenderlo. Puede ver a otros que no están aquí, escucharlos y, si aprende bien, a tocarlos. Las personas sin estos dones como usted, como la mayoría, los pueden sentir sin saber que andan rondando cerca, cuando de repente les llega un recuerdo de alguien que ya no está. También puede ser un olor, un sentimiento que asalta el corazón que se convierte en una sonrisa o una lágrima, depende. A veces tropiezan con un objeto que les pertenecía sin andarlo buscando. Un arete cuando estaban barriendo, un sombrero en el fondo de la ropa. Vienen de vez en cuando para ver cómo estamos, es común. Nos susurran cosas desde otro espacio. Puede pasar también que se pone la piel chinita sin explicación, o da un escalofrío o un miedo repentino. Cuando eso pasa, usualmente son personas que no conoce uno y que andan perdidos, deambulando sin dirección y con muchas preguntas sobre a dónde deben ir. Son más de las que se imagina, un montonal. Más que verlos, Pascual puede sentirlos, para él es lo mismo. Hay que enseñarle las diferencias. Algunos de los que ya se fueron, ya sean conocidos o desconocidos, relatan cosas que ya ocurrieron, están ocurriendo o van a ocurrir. Secretos que cuentan desde otros planos, misterios que ellos pueden ver más clarito que uno. La gente se espanta porque no entiende de esto y tampoco es fácil explicarles. Su chamaco tiene el poder de la invocación, aunque por ahora es involuntario. Imagínese que, en este momento, su alma es una casita con todas las ventanas y puertas abiertas. Cualquiera entra, como residencia de huéspedes. Tiene que aprender a no abrirle a quien sea y tampoco olvidar cerrar y a poner llave y candado cuando sea necesario. El yerbero empezó a entrar en calor y mientras hacía una pausa para sentarse y quitarse el sarape, a la mamá de Pascual le saltó desde el pecho una de esas preguntas que uno no quiere que le contesten. Entonces, ¿mi niño puede ver a los muertitos? le dijo mientras se persignaba.. Y muertotes, dijo el yerbero con una sonrisa traviesa. Pero, como le digo, es difícil entenderlo y explicarlo. La gente común les dice muertos porque es la única manera de nombrar algo que no alcanza la comprensión ordinaria. Pero son más que eso. En el mundo en el que vive su hijo Pascual, y en el que vivo yo a veces, no se puede traducir su nombre a la lengua convencional. Su idioma no debe pasar a este plano, si no, todo se desordena y créame que nadie quiere eso. ¿Cuántos años tiene Pascual ahora? Ya va para los diez, ¿verdad? Poco más de año y medio desde que notó sus habilidades. Justo el tiempo que llevamos con la guerra esta. Hay mucho muerto alrededor. Muchos cadáveres regados por ahí y sus energías andan buscando quién les eche la mano, que le digan para dónde tienen que agarrar. El curita no sabía lo que hacía y se equivocó feo. Su esposo se fue a pelear contra los federales ¿verdad? Nunca regresó, como el centenar de hombres que también se fueron de acá. Bueno, pues déjeme decirle que su esposo hace un buen rato que anda por aquí. Unos cinco meses a lo mucho, nos lo dijo hace rato. Dice que él es quien alborotaba al gallinero de repente para que usted supiera que andaba de visita, que primero se ríe y luego llora porque se acuerda que eso solía hacer él para espantarle el sueño, cuando se quedaba dormida en la mecedora. También confesó que él fue quien le dio un manotazo a la mula para que pateara y desnucara al cura. Se dispensa, pero dice que se lo merecía. El cura anda arrepentido y apenado con usted. También manda sus disculpas y ya se fue a donde tenía que irse y dejó dicho que todo lo que se robó debe ser devuelto, que hay una lista en el cajón de su buró; su marido dice que cuando sea el momento, él mismo vendrá a recogerla, pero que faltan varios años y después varios nietos. ¿Usted puede enseñarle? Preguntó la mamá de Pascual entre sollozos ¿Puede mostrarle cómo ser médium?. Fue una sesión muy cansada, dele té de hierba de ratón, acá le dejo para hacer una olla. Que se lo tome todo en el transcurso del día. Ahora se quedó dormido, déjelo descansar. Podemos comenzar la enseñanza en nueve días en mi casa, dejemos que su alma se pegue bien otra vez a su cuerpo. 

Señor yerbero, tengo miedo. Ya no quiero estar viendo cosas, ya no quiero que me molesten. Sobre todo los que son malos. Hay otros que son traviesos y chistosos y me hacen reír, con esos no pasa nada, hasta me gusta. Pero todos quieren hablar y se enciman y gritan y hacen que me duela la cabeza. ¿Ahora los escuchas, los ves, los sientes? Preguntó el yerbero con un tono tierno de abuelo. No, ahora no, desde que me dio el amuleto. Pero no me lo quite, por favor. Mi niño, ¿sabes qué significa tu nombre? Tiene que ver con volver a nacer. Eres un renacido, en esta tierra y en las otras. Todas existen al mismo tiempo y tú puedes entrar a visitarlas también, lo vas a ir aprendiendo. El amuleto, con el tiempo, no lo vas a necesitar. Esta va a ser tu primera invocación, la primera en la que usarás tu voluntad para entrar y salir de otros mundos. Mundos y gente que ya no está aquí y está en otras partes. Vas a renacer, pues. Vamos a intentar que des el primer paso, voy a estar yo a tu lado todo el tiempo pero, para darlo, te voy a quitar el amuleto. Respira. Yo te agarro de las dos manos. No trates de entenderlo demasiado, deja que pase. Respira. Ya llegaron, ya están aquí, señor yerbero, dijo agitado Pascual. Son muchos. Me estaban esperando, quieren hablar, todos tienen decires y favores qué pedir. Ya sé, Pascual, no los puedo ver a todos, solo algunos. Tú eres más sensible que yo. No me sueltes. No te asustes. Están perdidos, la mayoría ni siquiera saben que están muertos. Pídeles que se ordenen, regáñalos. Escoge a quiénes hacerles caso. Mira a esta niña, está asustada, habla con ella. Tiene cinco años, dice ella, señor yerbero. No encuentra a sus papás, ni a su perrito, quemaron su casa. ¿Cómo te llamas? ¿Cómo se llama tu perrito? Azucena, señor yerbero, dice que se llama Azucena. Su perrito se llama Hércules y salió corriendo durante la quemazón, pero ya no lo encontró ni a él, ni el camino de regreso, lo voy a llamar, debe saber a dónde ir. Hercules, Hercules… Mira Azucena, aquí está Hércules, ¿esos son tus papás? Ve con ellos. Lo estás haciendo bien Pascual, muy bien. Dile a ese señor que ya suelte el fusil y dile donde quedó su cuerpo, así va a estar más tranquilo. Y aquí hay una señora, señor yerbero, no sabe qué le pasó. Pregúntale con cariño, Pascual. Dice que le estaba dando de comer a los puercos y luego le dolió el pecho de repente y ya no supo nada, solo quiere saber si sus puercos no se la comieron, señor yerbero. A este otro lo colgaron y quiere limpiar su nombre, dice que él no fue quien se robó las vacas. Acá hay otro soldado, perdón, dice que es sargento… quiere saber si ya acabó la guerra, que si ganaron. Pregúntale si es federal o revolucionario, Pascual. Dice que es federal, señor yerbero. Entonces dile que se vaya a la chingada. Así dile, no le tengas miedo, vas a ver que se va a ir. Muy bien, Pascual, muy bien. ¿Ahora dónde estás, Pascual? No te veo bien. No sé señor yerbero, no parece aquí, el pueblo. Es otro lado, otra época. Se visten distinto. Pocos tienen esta habilidad, Pascual. Atravesaste el tiempo y la manera en cómo lo vive la gente ordinaria. ¿Me escuchas, Pascual? Un poco lejos, pero sí, lo escucho, señor yerbero. No hay caballos, no hay polvo. Es un lugar ruidoso, una ciudad. Tampoco hay carretas, señor yerbero, no hay corrales, ni rancherías. Apenas te oigo, Pascual. Hay luz, mucha, pero no se usa lumbre, ni velas, ni veladoras. Pascual, no vayas tan rápido, no me sueltes. Aquí hay alguien, no sabe lo que le pasó, pero debería irse. Habla más fuerte, Pascual, más fuerte, no sé dónde estás ya.

Aquí hay alguien y está leyendo esto. Las letras en la hoja apenas se pueden leer, están muy desgastadas. Lleva años leyendo esta historia desde otro lado y otro tiempo. Una y otra vez. Si deja de hacerlo, sabe que será la hora de despedirse.

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