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¿Hasta dónde llegarías para no despedirte de quien más amas?

1

Rocco, un pastor alemán mestizo, y Lía, una border collie pretenciosa, descansaban en el solar de la casa de una vieja hacienda en Cercedilla, a las afueras de Madrid.

—Oye, Lía, escucho que a lo lejos se acerca el auto de la Dra. Vera. ¿Será que esta vez nos trae nuestro pienso favorito?

—¡Puaj, asco! el pienso me constipa, yo estoy contenta con la dieta barf; mira cómo brilla mi pelo —sacudió Lía su melena.

—¡Quítense, soquetes! ¡Guau, guau, guau, guau! ¡Llegó mi ama! —ladró el desquiciado pekinés naranja y rey de la casa llamado Kaiser

Los dientes afilados de Kaiser habían alcanzado más de una vez las patas de Rocco, por lo que se apartó y le dejó el camino libre.

—¡Hola, mis bebés! ¡Les tengo una sorpresa!

—Snif, snif, snif. Oye, Kaiser, ¿te huele diferente? ¡Nos han estado…! ¡Huele a otros perros! —exclamó Rocco.

—¡Guau, guau, guau, guau! ¡Humana traicionera! —ladró Kaiser.

—Milo, Uma, pueden bajar del auto les presento a sus hermanos: Rocco, Kaiser y Lía.

Una bola pesada, de orejas largas, cayó sobre Rocco.

Comenzó el duelo: orejas arriba, cuello erguido, apenas movían las colas.

—Déjame olerte, enano. Snif, snif —dijo Rocco, agachando su cabeza bajo la cola del recién llegado—. Eres un beagle… snif, snif… pedigree dudoso… ¿qué es eso? Oye, tu nariz está muy fría, aléjate de mi culo.

—¡Hola! Soy Milo. La humana pasó por nosotros hoy en el refugio.

—¿Nosotros? ¿Es que hay otro?

—Vamos, Uma, no hay peligro, todo va a estar bien, confía en mamá —dijo la Dra. Vera.

Unas patitas delgadas y temblorosas se posaron en la grava, una pinscher estilizada a la que se le marcaban cada una de las vértebras.

—Y de la noche a la mañana crece la familia y ni nos preguntan—dijo Lía, ladrando desde el solar.

—Hola bebés, que bellos son, bienvenidos, Rocco muéstrales el jardín y los corrales ­—habló otra mujer caminando hacía el auto.

—¿Y la otra humana quién es? —preguntó Milo.

—Ella es Inés, no te preocupes por ella; solo está pendiente de cuidar al malhumorado Kaiser, que es su favorito —contestó Rocco rascándose el lomo.

2

—A ver si entendí: esto es lo que hacen cada día… por la mañana corretean a las vacas, en la tarde toman la siesta en el solar y, al final del día, esperan la comida para luego dormir —preguntó Milo.

—Sí, bueno, eso es lo que yo hago —respondió Rocco. —Lía dice que el sol le da urticaria y bueno, Kaiser, como vieron, siempre está con Inés en la casa y nos ha mordido varias veces.

—Mestizo pulgoso —refunfuñó Lía.

—Vaya vida de perros ricos tienen. Nada de buscar en la basura ni de correrle a los otros perros callejeros —rio Milo.

—¿Y en las noches hay muchos bichos peligrosos? —se escuchó la voz temblorosa de Uma.

—Umm, no solo bicho también ratas y, a veces, alguna que otra serpiente —contestó Lía con tono odioso.

—Me muero de miedo —Uma se tapó su larga cara con ambas patas.

—Hablamos mucho para el tiempo que nos conocemos, yo me voy a comer, no sé ustedes —Lía se levantó y se fue meneando la cola a la cocina.

3

—A ver… primero, para mi querubín hermoso, Kaiser: tu comida especial para cuidarte los riñones. Rocco, pienso para ti; sé lo mucho que te gusta. Para la preciosa Lía, aquí tienes tu plato con exquisiteces: ternera, alas de pollo, hígado y espinaca. Milo, ¿qué prefieres?

—Lo mismo que Lía, por favor —pensó Milo, sentado y esperando la comida para que no creyeran que era un maleducado.

—¡Uy, Milo! Pero qué charco de baba has dejado en el piso. Vera me dijo que mejor te dé pienso y para ti también Uma, tan delgadita, eres un saquito de huesos. Kaiser, deja de gruñir, ya comiste; ahora permite que tus hermanitos cenen, vamos, hasta mañana niños.

—Ñam, pienso fresquito —Rocco se lamió el hocico.

—Oigan, ¿por qué el enano amargado sí puede estar dentro de la casa y nosotros no?

—Querido Milo, porque tiene aires de superioridad e Inés es su súbdita —contestó Lía—. No siempre fue así. Una vez enfermó, estuvo un largo tiempo en el hospital y cuando regresó, no era el mismo.

—Y cuando duermen todos ¿ustedes no entran en la casa? —preguntó Milo con curiosidad.

—¿Para qué? Aquí están nuestras camitas, muy cómodas. Vamos, Milo, ya es hora de dormir —dijo Lía, girando en su tercera vuelta antes de echarse.

4

—Uy, tan refinada la Lía, pero como que la dieta barf le causa indigestión, ¡qué peste! —se quejó Milo a media noche.
—Bueno, llegó la hora de dar una vuelta por la casa. ¿Cómo pretenden que seamos guardianes si no conocemos cada rincón? —sus uñas raspaban el parqué de la sala mientras avanzaba hasta la puerta y la empujaba con la nariz.
—¿Qué tanto misterio hay con esta habitación? —Al fondo brillaba una luz encendida; Inés y la Dra. Vera conversaban.
—Ohhh, el enano de Kaiser puede dormir en el sofá, perro consentido; no debe saber lo que es una noche de lluvia en la calle —susurró Milo, pero se detuvo bruscamente al sentir que su collar quedaba enredado con una manta.
—Uy, cuidado, Milo, no vayas a despertar al amargado. ¡No, no, quítenmela! —tiró de la manta, arrastrando a Kaiser, que cayó encima de él.
—¿Pero qué es esto? No puede ser… —el corazón de Milo latía acelerado—. Pensé que la taxidermia era cosa del siglo pasado. Milo, calma, calma, este no puede ser Kaiser, hace nada estaba cenando con nosotros. Ay, por el amor de Anubis, ¿qué es esto? —logró zafarse y se dio cuenta de que, en la biblioteca, posaban sentados no uno, sino dos copias idénticas de Kaiser.

—Inés, ya deja de lloriquear, por favor —Milo se acercó un poco para escuchar mejor —Este es nuestro cuarto intento. Olvídalo, no vamos a lograr tener al Kaiser… el primero.
—Habla más bajo; nuestro bebé Kaiser nos puede escuchar —contestó Inés casi susurrando—. Con un poco de paciencia y cariño esta quinta vez será un éxito.  
—Por Dios, Inés. En la clínica de clonación fueron muy claros con nosotras: «Clonamos, no revivimos» ¿lo recuerdas? No hay garantía de que el perro tenga la misma personalidad.
—Mira sus ojitos, sigue siendo mi Kaiser. Solo hay que llenarlo de mimos y consentirlo.
—Inés, no podemos seguir gastando dinero en clonaciones. Además, tenemos otros cuatro perros; ¿no son suficientes para ti?
—Pero es que extraño demasiado a mi Kaiser —sollozó Inés.
—Este será el último intento. Nos han dicho que debemos cuidar a este Kaiser para poder hacer la próxima clonación. Vamos a dormir; estoy muy cansada del viaje.

Milo retrocedió para que no lo vieran. No comprendía mucho, pero debía contarles a los demás lo que acababa de escuchar.

5

—¿Alguien pasó mala noche o extrañaste tu cama de cartón de perrera? —Milo escuchó a Lía a lo lejos mientras despertaba.

—¿Dónde están los demás?

—Rocco anda animando a Uma a caminar por los corrales. ¿Te encuentras bien?

—No, la verdad es que no.

—Te lo dije, ese pienso es basura.

—Lía, tú que conoces a Kaiser, ¿lo has visto raro?

—Amargado siempre, ninguna novedad.

—Anoche vi cosas raras en la casa, pero esperare a que vengan los demás para contarles.

6

Todos estaban con la cola entre las patas, menos Uma, que no tenía cola, después de escuchar a Milo.

—¿Estás seguro? —dudó Rocco—. Los pekineses, poodles y otras razas se diferencian unos de otros solo por el collar.

—Lo juro por mis ancestros cazadores: hay tres Kaisers tiesos, además del Kaiser amargado, y planean clonar un quinto.

—Lo de la taxidermia es vintage, pero ¿clonación? ¿Eso no quedó solo en la oveja famosa? —bromeó Rocco con un aire de preocupación.

—Siento muchísimo miedo—temblaba Uma, escondida detrás de una silla.

—Deberíamos hablar con Kaiser —intervino Lía.

—¿Y si después nos quieren clonar a nosotros? ¡Hay que irnos de aquí! —Ladró Rocco, algo desesperado.

—Hoy en la cena hablaremos con Kaiser y en la madrugada nos escaparemos —habló Milo con determinación.

—¡Oh no! Volver a la calle… —lloró Uma, con la cabeza entre las patas.

—¿Quieres acabar rellena de algodón en la biblioteca o más loca que ahora en tu próxima vida? —respondió Lía sarcásticamente.

7

Toda en la casa estaba en penumbra.

—¿Están listos? —preguntó Milo a sus hermanos.

—Rocco y yo iremos a hablar con Kaiser; ustedes esperan aquí.

—¿Ves que no te mentí? Ahí sobre el sofá, el Kaiser número uno —Rocco arqueó la espalda de manera gatuna—, y en la biblioteca, Kaiser dos y Kaiser tres.

El Kaiser vivo, que dormía frente a la habitación de las dueñas, abrió los ojos y, en cuanto iba a comenzar a ladrar, Rocco le tapó el hocico diciéndole:

—A ver, perro mimado, a las humanas les daría mucha rabia conseguir popó en la alfombra del pasillo, así que mejor cierra tu boquita escandalosa y vamos al salón.

8

—¿Qué quieren ustedes? Hablen rápido o despierto a las humanas.

—Kaiser, tienes que ver lo que hay aquí en el sofá —dijo Milo mientras halaba la manta y Kaiser número uno caía de cabeza.

—Pero… ¡¿qué es todo esto?! —se agitó el pekinés.

—Espera, aún falta más. Mira la biblioteca.

—Supongo que a las humanas les gustan los pekineses, ¿no? —dijo Kaiser con la voz temblorosa.

—No, Kaiser. A las humanas les gusta un pekinés, y eres tú… o algunos de tus antiguos «tú». Ayer las escuché hablar: eres el cuarto Kaiser. Es evidente que Inés te ama, o amó muchísimo, como para no dejarte ir.

—No entiendo nada.

—¡Kaiser, que te han clonado! No solo una ni dos; ya van tres veces. Bueno, no a ti… a él, o a él, o a ese otro… pero bueno. También planean clonarte a ti: viene Kaiser el Quinto.

Kaiser cerró los ojos; estaba confundido. De repente, tuvo un recuerdo: corriendo en el corral, persiguiendo las vacas, viendo a Rocco y a Lía cachorros en su primer día en casa. Sintió un fuerte dolor de cabeza.

—Kaiser, ¿te vas con nosotros?

—Estoy un poco mareado, muchachos, pero sí… vamos.

9

—Listo, nos vamos todos, —ladró Milo — Rocco, tú eres el más alto: hala la manilla.

—¿Pero a dónde vamos a ir? Está oscuro y peligroso —tembló Uma, escondiéndose detrás de Rocco.

—Muchachos tuve un recuerdo: los vi a ustedes cachorros, cuando llegaron a casa —habló Kaiser, algo confundido.

—Imposible, Kaiser, nosotros llegamos primero que tú. A ti te trajo Inés. Eras muy juguetón de bebé; luego enfermaste, fuiste al hospital y regresaste muy gruñón —contó Lía.

—Lo siento… no estoy seguro de poder escapar —Kaiser cerró los ojos y vio entre flashes como Inés lloraba en el hospital veterinario y a una doctora con una jeringa enorme.

—La puerta está abierta. ¡Vamos! —dijo Milo.

Rocco, Lía y Milo corrían al frente; Uma iba un poco más atrás y Kaiser los seguía con muchas dudas.

—¡Niños! —se escuchó un grito desde la puerta de la casa cuando casi todos estaban en la entrada de la hacienda—. ¿A dónde van?

—¡Corran, muchachos! —ladró fuertemente Rocco.

—¡Kaiser, mi bebé, por favor no te vayas! —lloraba Inés mientras caía de rodillas en el solar de la casa.

10

—Creo que nos alejamos lo suficiente ¿descansamos? —dijo Lía, con la lengua afuera.

—Oigan, olvidamos algo: ¿qué vamos a hacer cuando nos encuentre la policía y revisen nuestros chips? —preguntó Rocco, preocupado.

—¡No! ¡Nos devolverán con las locas! —chilló Uma.

—Vamos a escondernos durante esta noche en aquellos matorrales y mañana se nos ocurrirá algo —dijo Milo—. Rocco y yo haremos guardias.

—Continúen ustedes, muchachos —Kaiser se veía muy mal.

—Vamos, enano amargado, estamos aquí gracias a ti; no puedes dejarnos.

—Sigan… aléjense lo más que puedan.

La luz de la coctelera de la policía se veía cerca de la carretera; todos aceleraron el paso. Una niebla densa cubrió la cima de la colina durante unos segundos.

—Apúrense, ya casi llegamos —animó Rocco.

—Hermanos, ¿siguen ahí? —preguntó Uma unos segundos más tarde.

La niebla comenzó a disiparse; la luna apareció enorme en la mitad del cielo. Uma y Lía estaban juntas cerca del matorral. Rocco y Milo dieron unas vueltas: no había rastro de Kaiser. Algo brillaba unos pasos atrás. Reposando en el pasto titilando como una estrella estaba la medalla de Kaiser IV.

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